Cuando se está ante una serie de estas
características -por no ser exhaustivo: inglesa en puridad, teatro, pausa,
tiempo-, todo el rato tiene uno la sensación de que en una de esas se producirá
la avalancha, el aluvión que, a su manera, ocasionará varios sepultamientos. Tras la primera temporada, me
adentré en la segunda sin premuras, un capítulo un día, otro quizás semanas
después, reposadamente, siguiendo casi el ritmo de la música que propone. Y
hoy, inesperadamente, la retomé. Y al poco de comenzar el tercero de la segunda
me temí lo peor, es decir, que había avalancha y que me cubriría la nieve. No
me equivoqué: empecé a llorar antes de la mitad y aquí sigo mientras escribo.
Tan, pero tan bien hecho.
A
modo de anécdota, hay dos personajes femeninos que me recuerdan mucho a sendas
clientas a las que atiendo los fines de semana: yo también prefiero a la que no es rubia, aunque esta ofrece momentos impagables -vídeo
abajo-.
Respecto
a mi visión del capítulo, proporciona algo de abrigo no
sentirse solo.
(...) the music and
poetry is very much his defense against an ugly world (...) it´s his refuge:
everyone needs somewhere to hide.
Lo
dice Russell Lewis -en el último vídeo de abajo-,
que es el que escribe lo que se cuece y que me da que sabe de lo que habla.
El
papel de Adrian me hizo recordar
al de nuestro añorado Anthony
Blanche. Brutal Adrian, cuyas apariciones, como aquellas de Anthony, se nos
quedan cortas.