Cada vez entiendo, me gusta y me voy más a la heroína. Casi que los envidio.
"Parece ser que va a llover,
el aire aquí es más cálido", me dijo una mujer
de aspecto amable y peinado imposible
esta mañana en el ascensor. ¿Por qué nadie me iba a mentir allí?
Tal revelación me impidió dormir.
Tracé un ambicioso plan, consistía en sobrevivir.
Y mi voz era un imán, y así logré captar,
paseando por el Carrefour, a un ejército de un centenar.
Y nos reuniremos en los aeropuertos,
y al calor de una smoking-room en la que no entra aire ni luz
hablaremos del tiempo y acaso del gobierno,
y trazaremos nuestro magno plan, y a una estación sucederá otra igual.
Parece ser que fracasé,
mi rostro hoy no apareció por televisión.
Da igual, yo, como buen occidental,
sé nadar igual que un pez, un pez en un mar de mediocridad.
Casi claudiqué. Decían de mí:
"con lo que hay dentro de ti, no estará nada mal si mañana estás aquí".
Y en la cama de un sucio hospital
continúo en soledad disparando como Kevin Ayers
a una lena llena, tan, tan llena,
que no, no puedo fallar, que no voy a fallar.
Y sé que no querrás volver a confiar en mí;
ya nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl.
Pero el cielo, aún tan negro,
es nuestro cielo, es nuestro,
y tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir.
(Yo te quiero, y no, no he hecho
y sé que no haré jamás nada más real y nada más sincero.
Yo te quiero, y tengo un plan para los dos,
consiste en sobrevivir.)