Superlativo, primoroso, con un in crescendo arrebatador y un final wagneriano. Placer.
Un grupo de trajeados caballeros —y un disidente en chándal— se reunía alrededor de la mesa de una cafetería para hablar de pollas grandes y su relación con la tonadilla pop. El señor Marrón afirmaba ante sus contertulios que el «Like a Virgin» de Madonna era una oda a los penes descomunales, o el relato de como una chica se topaba con un amante que compartía herencia genética con los caballos y acababa evocando una juventud donde tenía los interiores más estrechos. Aquel señor Marrón y el recuento de pitos («—Dick, dick, dick, dick, dick, dick. —How many dicks is that? —A lot») que arrastraba su verborrea era la presentación en sociedad de un desconocido Quentin Tarantino con una Reservoir Dogs donde ejercía de actor, guionista y director. Y aquel diálogo inicial atrapaba firmemente al público con el truco de reinventar de manera divertida el significado de un elemento pop universalmente famoso. La del señor Marrón era una lectura simpática pero fantasiosa, porque Billy Steinberg y Tom Kelly, letristas originales de «Like a Virgin», lo que pretendían era hablar sobre una relación amorosa tan emocionalmente profunda como para hacer sentir al implicado que era algo novedoso. Madonna agarró a Tarantino en una fiesta y le regaló el álbum Erotica con un mensaje escrito a mano en su portada: «Quentin, trata sobre el amor, no sobre pollas».
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