Por fin llueve el agua contenida durante estos días.
Se oye aparato eléctrico.
Dormí ocho horas seguidas.
No me extraña lo de Roberto en el bar, malherido o no.
VERSOS DE JUAN RAMÓN
Malherido en un bar
que podía ser o podía no ser mi victoria,
y traje de paño con
recamados de plata, sentencié
sin mayores
reflexiones la pena de la lengua española. No hay
poeta mayor que Juan
Ramón Jiménez, dije, ni versos más altos
en la lírica goda del
siglo XX que estos que a continuación recito:
Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtubo esto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!
Después permanecí en
silencio, hundido de quijada en mis fantasmas,
pensando en Juan
Ramón y pensando en las islas que se hinchan,
que se juntan, que se
separan.
Como un charro
mexicano del infierno, dijo horas o días más tarde
la mujer con la que
vivía. Es posible.
Como un charro
mexicano de carbón
entre la legión de
inocentes.
Roberto Bolaño
LA CARBONERILLA QUEMADA
En la siesta de julio, ascua
violenta y ciega,
prendió el horno las ropas de la niña. La
arena
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que de plata calcinada.
...Con la tarde, volvió –¡anda, potro!– la madre.
El pinar se reía. El cielo era de esmalte
violeta. La brisa renovaba la
vida...
La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El roce de los besos,
el roce de los ojos, el aire alegre y bello:
— «Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!»
Por el camino –¡largo! –, sobre el potrillo
rojo,
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas de las estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.
Corría el agua por el lado del camino.
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de los niños del
pueblo...
Dios estaba bañándose en su azul de luceros.
Juan Ramón Jiménez