Que la maldad existe no lo voy yo a descubrir ahora. Escalofriante escuchar el relato de Antonio Peñalver. El deporte de élite, ese lugar tan minado, es un campo de cultivo idóneo para los indeseables.
Frío.
—Mi historia es la misma que podría contar cualquiera de mis compañeros. Cuando eres víctima no tienes escapatoria posible. El proceso anterior está perfectamente planificado, y es muy cuidadoso. Antes de atacar, él te deja absolutamente aislado. Tus compañeros son enemigos. Como yo iba a ser bueno, como yo prometía y era especial... Eso es lo que todos los elegidos se creían. A mí me hizo sentir así, lo mío se podía aplicar a cualquiera, pero, claro, lo que pasa es que yo seguí después y, mira tú, llegué a ser subcampeón olímpico. Te desarraiga de tu familia, lo que en mi caso fue fácil porque este, Miguel Ángel Millán, sabe perfectamente lo que hace. Yo soy hijo de campesinos y, claro, las inquietudes que yo podía tener a los 13 o 14 años estaban como a una galaxia de distancia de lo que podían entender mi padre y mi madre. ‘Pobrecitos’, me decía, ‘es que ellos no entienden’. Era una forma de hacerse mi padre, mi consejero, mi amigo, todo. Todo. Y los otros compañeros eran solo gente que quería llevarme de fiesta porque, claro, yo era la envidia. Mi única solución era dedicarme solo al entrenamiento. Y el tiempo libre era estar en su casa, compartir la media vida, películas, todo eso, como si fuera yo uno más de la familia. Hasta que llega el momento en el que, de repente, una noche te está tocando.
Aquí está la entrevista completa.