éramos fardos de materia viva

La molicie, de Julio Ramón Ribeyro

Mi compañero y yo luchábamos sistemáticamente contra la molicie. Sabíamos muy bien que ella era poderosa y que se adueñaba fácilmente de los espíritus de la casa. Habíamos observado cómo, agazapada, en las comidas fuertes, en los muelles sillones y hasta en las melodías lánguidas de los boleros aprovechaba cualquier instante de flaqueza para tender sobre nosotros sus brazos tentadores y sutiles y envolvernos suavemente, como la emanación de un pebetero.

Había, pues, que estar en guardia contra sus asechanzas; había que estar a la expectativa de nuestras debilidades. Nuestra habitación estaba prevenida, diríase exorcizada contra ella. Habíamos atiborrado los estantes de libros, libros raros y preciosos que constantemente despertaban nuestra curiosidad y nos disponían al estudio. Habíamos coloreado las paredes con extraños dibujos que día a día renovábamos para tener siempre alguna novedad o, por la menos, la ilusión de una perpetua mudanza. Yo pintaba espectros y animales prehistóricos, y mi compañero trazaba con el pincel transparentes y arbitrarias alegorías que constituían para mí un enigma indescifrable. Teníamos, por último, una pequeña radiola en la cual en momentos de sumo peligro poníamos cantigas gregorianas, sonatas clásicas o alguna fustigante pieza de jazz que comunicara a todo lo inerte una vibración de ballet.

El texto completo está aquí.

Aquí está leído, aunque no me gusta su interpretación.

Tenía veintinada años cuando lo escribió, en Madrid, adonde había llegado becado.

Nabokovia faga excisicosta: Habla, memoria

"She wanted to be a nurse in some famished Asiatic country; I wanted to be a famous spy."

The vibration in my ears is not longer their receding bells, but only my old blood singing. All this still, spellbound, enthralled by the moon, fancy’s rear-vision mirror. The snow is real, though, and as I bend to it and scoop up a handful, sixty years crumble to glittering frost-dust between my fingers. 

La vibración que notan mis oídos ya no es la de las campanillas de esos trineos que se alejan, sino, solamente, la del canturreo de mi vieja sangre. Todo está tranquilo, hechizado, encantado por la luna, por ese espejo retrovisor de la fantasía. La nieve es real, sin embargo, y cuando me inclino hacia ella y cojo un puñado, sesenta años se desmenuzan entre mis dedos hasta quedar reducidos a centelleante polvo helado.

Vladimir Nabokov en Speak, Memory.

Escribe María Ramiro Martín aquí:

Frente a la indiferencia y a la muerte se opone la pasión, que entra en conflicto con la justicia; la intensidad de Humbert no es justa y ni su pasión ni su crimen son aceptables, pero es en el campo de la escritura, en el habitat cuidadosamente articulado por Nabocov, donde su intensidad alcanza la justicia poética.

Vistas las dos películas, ni la del 62 ni la del 97 entran donde propone el libro. Que no entre la última no me sorprende: no le otorgo la capacidad a su director. Que no lo hiciera la antigua, es de documental: bien lo explica Jairo aquí. Eso sí, me maravillan Jeremy y Dominique.

Por último, Marta nos hace un regalo con su artículo. Un regalo sanguinario:

“And do you recall the thunderstorms of our childhood? Frightful thunder over the verandah — and at once the most azure aftermath and on everything: diamonds?”

Aquí está manuscrito por el propio Vladimir.