Papá Noel duerme en casa

A veces me he cruzado con la mirada de Samanta. Es inteligente y desafiante al tiempo que posee debajo una fragilidad implícita. Creo que hace menos de un mes fue la última. En la mirada de las Samantas del mundo hay una inquietante sensación de espejo y muerte. Sí, hace menos de un mes. Volvía de escalar.

La navidad en que Papá Noel pasó la noche en casa fue la última vez que estuvimos todos juntos, después de esa noche papá y mamá terminaron de pelearse, aunque no creo que Papá Noel haya tenido nada que ver con eso. Papá había vendido su auto unos meses atrás porque había perdido el trabajo, y aunque mamá no estuvo de acuerdo, él dijo que un buen árbol de navidad era importante esa vez, y compró uno de todas formas. Venía en una caja de cartón, larga y plana, y traía una hoja que explicaba cómo encajar las tres partes y abrir las ramas de forma que se viera natural. Armado era más alto que papá, era inmenso, y yo creo que por eso ese año Papá Noel durmió en nuestra casa. Yo había pedido de regalo un coche a control remoto. Cualquiera me venía bien, no quería uno en particular, pero todos los chicos tenían uno en esa época y cuando jugábamos en el patio los autos a control remoto se dedicaban a estrellarse contra los autos comunes, como el mío. Así que había escrito mi carta y papá me había llevado hasta el correo para enviarla. Y le dijo al tipo de la ventanilla:
–Se la enviamos a Papá Noel –y le pasó el sobre.
El tipo de la ventanilla ni saludó, porque había mucha gente y se ve que ya estaba cansado de tanto trabajo, la época navideña debe ser la peor para ellos. Tomó la carta, la miró y dijo:
–Falta el código postal.

Samanta Schweblin

El resto está aquí. Quién fuera el batiscafo.


impertinencia

Se presentó la muerte a nuestro lado y lo hizo de manera zafia, grosera en las formas, ni sádica siquiera. Se presentó y nos dejó con un mohín de asco, de náusea y desprecio.
Me levanté con una palabra rondándome, que ya lo hacía desde hace días:

impertinente
Del lat. tardío impertĭnens, -entis, de im- 'in-2' y pertĭnens, -entis 'pertinente'.
3. m. pl. Anteojos con manija, usados por las señoras.






Hoy viene a mi la damisela soledad 
con pamela, impertinentes y botón 
de amapola en el oleaje de sus vuelos. 
Hoy la voluble señorita es amistad 
y acaricia finalmente el corazón 
con su más delgado pétalo de hielo. 

Por eso hoy 
gentilmente te convido a pasear 
por el patio, hasta el florido pabellón 
de aquel árbol que plantaron los abuelos. 
Hoy el ensueño es como el musgo en el brocal 
dibujando los abismos de un amor 
melancólico, sutil, pálido cielo. 

Viene a mí, avanza, 
viene tan despacio, 
viene en una danza 
leve en el espacio. 

Cedo, me hago lacio 
y ya vuelo, ave. 
Se mece la nave, 
lenta como el tul, 
en la brisa suave 
niña del azul. 

Oh melancolía, novia silenciosa, 
íntima pareja del ayer. 
Oh melancolía, amante dichosa, 
siempre me arrebata tu placer. 
Oh melancolía, señora del tiempo, 
beso que retorna como el mar. 
Oh melancolía, rosa del aliento, 
dime quién me puede amar.




Amada, supón que me voy lejos
tan lejos que olvidaré mi nombre.
Amada, quizás soy otro hombre
más alto y menos viejo
que espera por sí mismo,
allá lejos, allá, trepando
el dulce abismo.

Amada, supón que no hay remedio,
—remedio es todo lo que intento—.
Amada, toma este pensamiento,
colócalo en el centro
de todo el egoísmo
y ve que no hay ausencia para
el dulce abismo.

Amada, supón que en el olvido
la noche me deja prisionero.
Amada, habrá un lucero nuevo
que no estará vencido
de luz y de optimismo.
Y habrá un sinfín latente bajo
el dulce abismo.

Amada, la claridad me cerca.
Yo parto, tu guardarás el huerto.
Amada, regresaré despierto
otra mañana terca
de música y lirismo.
Regresaré del sol que alumbra
el dulce abismo.