Fue un regalo espontáneo y cómplice; automático y certero. Aunque no se oía bien la letra, fue suficiente con cuatro frases y los acordes flotando. Gracias A. con una mueca decadente en la comisura de la boca.
Suelo despertar con una impresión de infelicidad.
Me pregunto si en la realidad sólo hay ilusión,
pero nada más, no hay nada.
No me hace ilusión la vida formal,
la revolución ni el materialismo,
filosofar sobre esta vida y la de allá, ¡qué pesadez!
Suelo despertar con una impresión de infelicidad.
Si pudiera desaparecer esta desazón,
si no fuera más que un mal momento.
No me hace ilusión ir a trabajar
a un gran almacén, ser ingeniera.
Tampoco veo mi vocación en la maternidad, ¡qué pesadez!
Cómo puede ser tanta adversidad estorbada por pasatiempos.
Pocas cosas hay nuevas bajo el sol
y la novedad tampoco es novedad.
No me hace ilusión esto de escribir,
ni de publicar, ser reconocida.
Tampoco ser la guitarrista de un grupo rock, ¡qué pesadez!
Tampoco ser la guitarrista de un grupo rock, ¡qué pesadez!