gloriosa clarividencia

Estos días parece que Gloria vino a mí por vía interna y externa. Quién sabe qué mecanismos mueven qué hilos.
Lo primero me llegó de forma amorosa, quiero pensar. Lo segundo enlaza con la última entrada con ella y la conversación con Nch.

-¿Para qué sirve un poeta?
-El poeta tiene que ver con el verbo ver,
con el verbo sentir y con el verbo escribir.
El poeta sirve... como unas gafas,
para que veas, hijo mío, para que veas.

Sale caro ser poeta

Sale caro, señores, ser poeta.
La gente va y se acuesta tan tranquila
-que después del trabajo da buen sueño-.
Trabajo como esclavo llego a casa,
me siento ante la mesa sin cocina,
me pongo a meditar lo que sucede.
La duda me acribilla todo espanta ;
comienzo a ser comida por las sombras
las horas se me pasan sin bostezo
el dormir se me asusta se me huye
-escribiendo me da la madrugada-.
Y luego los amigos me organizan recitales,
a los que acudo y leo como tonta,
y la gente no sabe de esto nada.
Que me dejo la linfa en lo que escribo,
me caigo de la rama de la rima
asalto las trincheras de la angustia
me nombran su héroe los fantasmas,
me cuesta respirar cuando termino.
Sale caro señores ser poeta.

Gloria Fuertes

que Dios nos perdone

Yo vivía allí y veía lo que escribe Javier, lo que rueda Ruy. Por momentos pensé que la insania se había apoderado de mi mirada. Reconforta leer a Javier, volver a ver a Ruy y que la mirada, no dejando de ver, ya no ocasione los desperfectos que ocasionó.
Brutal y sucia; húmeda y hedionda.
Con fiebre, más.

Los grandes thrillers y el mejor cine negro siempre dicen más sobre la sociedad en la que se desenvuelven que sobre el caso en sí. Su complejidad y su genio residen en los subtextos y su radiografía social, nunca en la trama o la intriga. Los asesinos en serie, y en la magnífica Que Dios nos perdone lo hay, son productos de una época y un ambiente, y acaban conformando un retrato ético de un colectivo; aquí, de un tiempo de soledad y amargura, de violencia y cochambre, de inmundicia física y decrepitud moral. Que el criminal de la película mate y viole viejas solitarias en el centro de Madrid no es baladí, es un estado de la cuestión.
El retrato que Rodrigo Sorogoyen ha compuesto de la capital en la tan fascinante como atroz Que Dios nos perdone es descorazonador en lo social. Y muy real para cualquiera que haya vivido aquí y tenga un mínimo sentido de la observación. Una ciudad de desconchones y humedades, de papel pintado roído y persianas rotas, de mugre en las calles y en las entrañas, un universo de pecado que pulula desde el título hasta el interior de buena parte de los personajes.

Javier Ocaña.