Tras unos días de luz nubla el cielo vuelve a quedar limpio, la temperatura regresa a su ámbito casi canicular y la luz, la que ostentaba sombras, lacera retinas. Primer domingo alicantino del año uno. No perdamos las buenas costumbres, retomemos los hábitos sagrados y hagamos del café, vermú; del silencio, tañido; de la tapa, chirimoya; del poema, recuerdo de gratitud; de Ángel, ángel.
Alocución a las
veintitrés
Ciudadanos perfectos a estas horas,
honorables cabezas de familia
que lleváis a los labios vuestra servilleta
antes de pronunciar las palabras rituales
en acción de gracias por la abundante cena:
vuestra responsabilidad de sólidos pilares
de la civilización y de Occidente,
del consumo de bicarbonato sódico
y del paternalismo hacia la servidumbre,
exige de vuestra parte
cierta ignorancia de hechos también ciertos,
un esfuerzo final en bien de todos,
la tozuda incomprensión de algunas realidades,
la fe más meritoria, en resumen,
que consiste en no creer en lo evidente.
Yo podría
jurar que la tierra está fija
–ya lo juré otras veces–
y que el sol gira en torno a ella;
yo podría negar que la sangre circula
–lo seguiré negando, si hace falta–
por las venas del hombre; yo podría
quemar vivo a quien diga lo contrario
–lo estoy quemando ahora–.
No es que
sean importantes los asuntos
objeto de polémica:
lo importante es la rígida
firmeza en el error.
Pues las mentiras viejas se convierten
en materia de fe, y de esa forma
quien ose discutirnos
debe afrontar la acusación de impío.
Con esto,
y una buena cosecha de limones,
y la ayuda impagable de nuestros coaligados,
podemos esperar algunos lustros
de paz como esta de hoy,
en una noche semejante a esta de hoy,
tras una cena lo mismo que ésta de hoy.
Tal como
siempre, pues, pedid conmigo:
Más fe, mucha más fe.
Que en cierto modo,
creer con fuerza tal lo que no vimos
nos invita a negar lo que miramos.
Ángel González