el Everest de los ochomiles: las ocho que faltan

Tres días enganchado con el tema de marras. El presente cuaderno podría acabar aquí, que no lo hará, pensaba. Por la calle escuchándola con los cascos una y otra vez, llegando al borde del llanto a las citas, la luz de noche temprana. O acostándome con los mismo cascos sobre la almohada, Enrique rompiendo su voz en mi oído, diagonal de la cama.
La dupla Krahe Morente y lo que hace el uno con el tema del otro sintetizan lo que al responsable de este cuaderno más le interesa mostrar: el poema que acaba en canción, la canción que acaba en la boca de otro, que la lee como si hubiera salido de sus entrañas y la multiplica. Lo que Enrique hace es por momentos inverosímil -Waldorf Astoria, todas tangibles, p.e.-. Por casualidad me encontré que el primo 37 opinaba lo mismo. Y mientras, vuelve a sonar. Amores insólitos. Es que no tuve escapatoria. De fin de semana.

Sí que los recuerdo, fueron los mejores, 
con muchos detalles y vivos colores 
aquí van las cuentas de mis cien amores. 
Veamos si tengo o no tengo memoria. 

Un amor eterno, otros casi tanto. 
De siempre me prenden los cinco en su encanto, 
tan sólo por ellas he vertido el llanto. 
Peaje de amor, cantidad irrisoria. 

Amores de suerte, amores de paso, 
amores refugio, amores al raso, 
parques del Retiro, museos Picasso. 
Incluso una suite en el Waldorf Astoria. 

Amores insólitos por lo singulares, 
hay reinas del mar por los siete mares. 
De amores sin par, unos quince pares. 
Y todas tangibles, ninguna ilusoria. 

Descuéntame uno y van treinta y cuatro, 
el uno que tacho fue puro teatro, 
una tontería y no lo idolatro. 
Ocurre que es que no tuve escapatoria. 

De cinco minutos, de media mañana, 
de fin de mi vida, de fin de semana, 
por el via amoris de mi real gana. 


Cada uno su cruz y hoy la mía es de gloria. 

Amores de ida, amores de vuelta, 
amores debidos al Ebro y al Delta, 
y al imperio ruso y al folclore celta. 
También llevo bien geografía e historia. 

Van ochenta y casi me olvido la lluvia 
mojando los rizos de mi única rubia. 
Y a mi diosa blanca. Y a mi esclava nubia. 
Y a mis tres Marías, Marías Victorias. 

Y a las seis menores aunque muy crecidas. 
Sus seis casi estrenos me dieron seis vidas. 
Me obligó el espejo a seis despedidas 
de seis aplicadas en arte amatoria. 

Las ocho que faltan las guardo en secreto, 
que yo fui Montesco y ellas Capuleto, 
y me comprometen o las comprometo. 
Mi alegre canción iba a ser mortuoria. 

Y ya están las cuentas de mis cien amores, 
que claro que sí, fueron los mejores. 
Y si queréis más, yo, de mil amores. 
Y ruede la rueda y gire la noria. 

la viola y la avidez de agua vertical

Parece que quisiera llover, pero la luz que se cuela entre las nubes es cegadora. Hay silencio, algún ruido de origen doméstico. Está bello.