ensayo sobre el deseo y la mirada

Las bañistas

Me pregunto si alguna vez duerme el deseo,
si es posible, por ejemplo, contemplar
a esas bañistas del río que componen
un cuadro de extraña belleza
y escuchar tan sólo la secreta música del instante,
el arrullo del río, la perfecta composición
de los tres cuerpos y ese árbol solitario
de la orilla.
              Admirar por sí misma
la curva fluvial de sus pechos, de sus nalgas ,
la canción de su juventud y la de la risa
que comparten
                          tras algo que ha dicho una de ellas.
Observar
                quieto
                            cómo otra se suelta los negros cabellos
salpicando a las demás,
que vuelven a reír,
                          conscientes de haber alcanzado
alguna secreta armonía con el mundo.

Contemplar la escena
                                        en sí misma,
la canción salvaje de sus cuerpos al sol,
sin pensar en mi hipotética presencia en ella,
que habría de romper esa armonía,
sin pensar en acariciar esos muslos y esos pechos,
ni en besar los labios que apenas se adivinan
en la escondida distancia.

Me pregunto si alguna vez duerme el deseo,
y si duerme alguna vez la memoria:
                                                        si sería posible también
contemplar esa escena
                                        y no reconocer un río recordado,
el lunar estratégico de otro cuerpo amado,
la risa que una vez provocamos en ciertos labios.

¿Duerme el deseo? ¿Duerme la memoria?
No duerme la pregunta.

Crudeza

Lo más delicado es la crudeza.

Crudeza
de la carne desnuda y exhausta,
del cerebro abierto sin anestesia.
Acaricia mi carne viva,
no mi piel abonada de células muertas.
Dirígete a quien soy en lo oscuro.
Arráncame la piel muerta,
quítame las espinas, sufre las heridas
de la limpieza, hazme daño para sanarme
y yo haré lo mismo. No es la piel
lo dulce del fruto.

Carta a un arqueólogo


Dividirás el suelo en parcelas, numerarás cada metro de tierra pacientemente removida, cada centímetro, seleccionarás los restos: fragmentos para reconstruir una edad de la que nada sabes, un tiempo en el que te mueves a tientas, que en el fondo poco te importa –aunque crees, vanamente, que reconstruir ese puzzle, que hallar un significado para esos pedazos puede revelarte algo del sentido de tu propio tiempo, de tu propia vida: un espejo roto. Excava cuanto quieras, recoge trozos de barro, imagina el dibujo de los muros entre los que anduvimos, evoca si quieres una noche en que el sueño no tenga caminos cómo fueron nuestras vidas, qué buscamos. Recoge si así lo deseas nuestros huesos, busca al limpiarlos con el pincel, al acariciarlos, las caricias que nosotros sentimos en la piel –pero esa no podrás verla, tocarla. Y si encontraras, entre piedra y barro y agua estancada un acento dubitativo al hablar una lengua extraña; una mirada de amor que erró el disparo –flecha lanzada por un tirador poco experto ; el tacto de nuestros dedos al acariciar las primeras briznas de la primavera, esas cosas, déjalas; no te ayudarán a reconstruir el cuerpo del Tiempo –ese dinosaurio robusto e implacable. Colecciona piedras, amontona huesos, divide el suelo en secciones simétricas: no encontrarás nada que importe. Cuanto importa desaparece. No está bajo tierra. También tú buscas en vano, como nosotros buscamos.

Martín López-Vega

Me gusta lo que cuenta Martín en esta entrevista.