Juan José no siempre está igual
de brillante; tampoco, ocurre en ocasiones, siempre mantiene el tono agudo al
mismo nivel en sus escritos. Permítanme, por motivos más que expuestos en este
cuaderno, que aún así lo ame, literariamente hablando. Este de abajo es un
ejemplo de lo anteriormente expuesto.
El veneno de las
serpientes de verano
Aún no me han llamado, pero no
tardarán. Por estas fechas, un martes o un miércoles cualquiera, suena el móvil
y alguien me pregunta por qué escribo. Suele ser un estudiante en prácticas al
que el redactor jefe de su periódico le ha dicho que telefonee a cuatro o cinco
autores, les pregunte por qué escriben y organice luego con ese material un
texto entretenido para el cuaderno de verano.
Siempre llaman a escritores
(perdón, y a escritoras: el puto genérico no las abarca), jamás a
representantes de otras profesiones, por inverosímiles que parezcan. Significa
que el hecho de escribir se percibe como raro. Y lo es. Si el tiempo y las
energías que dedica uno a componer una novela las dedicara al adulterio, al aprendizaje
de idiomas o a la acumulación de másteres como los de Cifuentes y Casado,
obtendría en cualquiera de estos territorios beneficios infinitamente
superiores a los que se perciben tras la publicación de un libro.
Lo que yo vengo preguntándome
desde hace años es por qué a ningún redactor jefe se le ha ocurrido hacer el
mismo reportaje, pero con ginecólogos.
—¿Usted por qué es ginecólogo?
Me vuelve loco la idea de
averiguar por qué un joven de una familia corriente decide dedicarse a esta
disciplina. Hablo de un chico que no haya dado problemas en casa, que haya
sacado adelante sus estudios sin recurrir a profesores particulares, y que
tampoco haya mostrado desviaciones psicológicas preocupantes. Un muchacho
estándar, en fin, de clase media u obrera, con un índice de inteligencia ni muy
alto ni muy bajo. Un adolescente del montón que, acabada la secundaria, se
matricula en Medicina y desde allí da el salto mortal a la Ginecología.
¿Por qué?, me pregunto, ¿Qué le
ha pasado por la cabeza a este muchacho? ¿Hay un momento fundacional en el que
un hombre recibe esa llamada? ¿A qué edad suele darse? ¿Se trata de una
revelación o de un proceso lento a cuyo final se accede por descarte de otras
especialidades? Entre los escritores (y escritoras: de nuevo el puto e
insuficiente genérico) no es raro hallar sujetos que ya a los siete años
escribían cuentos. ¿Pero se sabe de algún varón que a esa edad indagara entre
las piernas de las muñecas en busca de las enfermedades del sistema reproductor
femenino?
Juan José Millás
El artículo es de ayer y completo se halla aquí.
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