Yo, para decirlo como Keynes
(ya que soy pobre pero ilustrado),
siempre he padecido
de preferencia de liquidez.
No sólo por atesorar (lo que no tengo),
sino porque compenso las carencias
con líquidos que bebo (el alcohol,
tu saliva, una pequeña música)
al instante. Prodigios
estos (de la licuefacción),
que vierten su cristalina
liquidez sin demoras,
sin tasa, no como el gozo
de contar (invisibles) peluconas
en noches sin alcohol, sin música,
sin boca,
en noches no desmelenadas, calvas
como la paz del mísero
que, para licuar sus deudas
consigo mismo, a su propio
crédito se concede de soñarse
avaro.
¡Oh tacto del billete astroso!,
remedo de caricia, indicio
de una noble pasión
de Dioses, consentimiento
de la virtud vergonzante,
vergüenza
del que nunca supo ganar
el cáliz que no vierte. Y sí este cáliz
que rezuma
la hiel de abejita laboriosa
la fálica nostalgia del lingote,
los rencores mensuales del empleado
en los placeres
mediocremente líquidos,
que excluyen
beber el oro y escupir ginebra.
¡Quién pudiera no amar lo que desprecia!
Juan García Hortelano, en La incomprensión del comercio.
El título del poema está tomado del de un libro de Keynes. Aquí hay dos (uno más uno) artículos sobre Juan, muy ilustrativos.
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