De biografía sin par, Margarita es una rara avis que me llegó de mano amiga a las tantas de la madrugada de uno de estos meses que no dejaremos de recordar el resto de nuesras vidas.
Caminar por la 42 de Nueva York o soplarme los dedos sobre la candela de las castañas en la esquina de la Via della Croce o resplandecer en el fragor de los aeropuertos, ¿cuál sería la diferencia?
Vivo bajo el más común de todos los cielos cielo lambucio plantado sobre mi cabeza sin otro movimiento que el de la noche y el día. Cada día, me digo: hay que conformarse con los sitios regresar a ellos porque allí, alguna vez, se habrá de morir.
Pero persisten las estaciones y las hierbas, los ríos vulnerables, las tempestades al paso de los trenes, la penumbra de las horas imprecisas, la bola de fuego que cruza el filo de la ventana, el ángel exterminador bailando sobre el techo.
Salga de mi vida, dicen, como si la vida fuera tan simple.
Así de simple.
El espejo se vuelve suave bajo mis dedos comienza a llenar la casa.
Crece de pared a pared en el vértigo de mi cuerpo vértigo de campiña y luces imprecisas.
Vuelve el asombro. Ahora lo sé: sólo las mujeres de ojos hermosos no envejecen.
Solo los hombres de sueños inquietos cantan cuando se levantan.