Marta le escribe las necrológicas a Monteiro
Rossi para que este, a su vez, consiga que Pereira las publique, pese a que él
le haya solicitado otras.
Sostiene Pereira que su escritor y creador nos
dejó no hace mucho y con él se fue, probablemente de manera definitiva, una
Lisboa que hace ya tiempo que solo existe como ejercicio de transubstanciación en algunas
mentes. Tabucchi, quiero imaginar, sabía de la poética de la necrológica, un género
literario tan ligado al momento final como a la recapitulación, es decir, al
libro de balances de la vida.
Dejo dos ejemplos recientes; el primero, de
uno de mis actuales columnistas preferidos, David Tueba, a quien el cine no le ha restado talento para la escritura concisa, afilada y fluida. El otro es la
clásica necrológica escrita por alguien desconocido sobre alguien improbable. Y
es, también, una declaración de amor.
Galiardo
Contar anécdotas de Galiardo se convirtió en un
género de literatura oral, que conquistó a varias generaciones. La sorpresa, lo
imprevisible y la enorme fortaleza de este actor lo alzó hasta el repertorio
común, algo que solo está reservado a los grandes, de quienes se seguirán
contando hazañas mucho tiempo después de muertos. En Juan Luis Galiardo se
daban cita varios elementos maravillosos. Una sinceridad impúdica y liberadora
que le llevó a romper el espejo para hablar sin tapujos del papelón de galán joven,
del triunfo y de la decadencia. Lo contrario de los profesionales de cristal,
que se protegen tras la máscara profesional, Galiardo era capaz de involucrar
al resto del mundo en el funcionamiento de sus intestinos, pero también en su
lucha contra las más diversas patologías, mostrando la fragilidad tras su
intenso vigor. Provocaba las carcajadas más sanas con el argumento
incontestable de derribar lo impostado.
Su
segunda vida, recompuesta tras regresar del infierno, le empujó a producir y
protagonizar la serie Turno de oficio, que en los alrededores de 1987 elevó la
ficción nacional para la pequeña pantalla a un nivel poco frecuentado. Unido al
personaje en la película El vuelo de la paloma significó el paso definitivo
hacia su italianización, convirtiéndose en el hermano español de aquellos
actores que certificaron el esplendor de la comedia italiana como Sordi,
Gassman, Mastroianni o Ugo Tognazzi. Azcona y García Sánchez le sirvieron
papeles a la medida, que compaginaba con la ruleta del prestigio en la carrera
de un actor que hizo de secundario bajo el nombre de John Galy, que fue galán
superdotado y, consecuentemente, Don Quijote.
Auténtico
pata negra, Galiardo era un pozo de contradicciones, todas ellas extremadas, un
espectáculo en sí mismo que alcanzó tales cotas de expresividad que en los
últimos años se convirtió seguramente en el tipo que daba mejores entrevistas
de España. Y así el anecdotario a su alrededor fue creciendo, para goce de
quienes aprendimos a adorarlo desde el día en que en un acto público, rodeado
de concejales y autoridades, agradeció el discurso plomizo de uno de ellos, que
aseguraba haber sido compañero suyo de pupitre, con un lacónico: "Claro
que me acuerdo de ti, hombre, si ya eras así de tonto desde el colegio".
José Cardona, ‘El
Persa’, artista inclasificable
Fue
dibujante, escritor y creador de inventos imposibles
El pasado martes falleció en Valencia José
Cardona, El Persa, artista polifacético, inclasificable y tan
desconocido por el gran público como amado por los pocos que tuvieron la suerte
de conocerle a él y a su obra dispersa. La editorial valenciana Media Vaca
publicó hace cinco años una magnífica antología de sus textos, dibujos e
historietas y la madrileña Rey Lear sacó en 2009 su colección de relatos El
mar en una botella. Irrecuperable es su literatura oral, tan importante
como la obra que dejó escrita.
Nacido
en 1943, José Cardona se formó en el kiosco que había debajo de su casa,
regentado por un teósofo, gracias al cual conoció antes al Dalai Lama que al
Papa, algo inaudito en la España de la época. Saberes tan dispares como la
poesía de Borges, la mecánica popular o la filosofía esotérica se mezclaron en
su singular bagaje cultural. En 1980 Tomás March, que ya había editado varias
obras de El Persa, publicó el libro de instrucciones de un pequeño
electrodoméstico, la Mascarilla Masticadora Bowebraü, artilugio que, a modo de
buche de pelícano, permitía a las personas apresuradas engullir los alimentos.
El artefacto, que solo existía en la imaginación de El Persa, adquirió un
renombre sorprendente y hubo quienes dieron por fabricado el ingenio; el Persa
recibió cartas de distribuidoras de electrodomésticos y agencias de publicidad,
aunque también quejas de médicos que temían que el uso continuado de la
mascarilla acabara atrofiando las mandíbulas.
José
Cardona era además un dibujante de impecable destreza, lo que le permitió
sobrevivir a base de trabajos alimenticios, como sus increíbles series de
recortables publicados en Cataluña. Murió en la más absoluta pobreza.