[Escrito en meses de inviernos pretéritos]


Descarnado e impúdico hasta rozar el exhibicionismo. Con un desarrollo cronológico clarificador y una temática unitaria, que no única. Con un lenguaje preciso y cortante, afilado y lacerante, un escalpelo que su dueña no duda en usar para sajarse ante nuestros ojos y, de paso, hendirnos a nosotros. Contradictorio, irracional, temeroso, tanático, sobreviviente, mitológico, agresivo, vital. Un eczema, una sarna, un tumor, un shock anafiláctico.  Un banco donde dormir a la intemperie. Esto y más  me parece Bella durmiente, de Miriam Reyes. Leído en el metro madrileño, subiendo y bajando escaleras, en las aglomeraciones primeras de la mañana, en la media tarde abolida, caminando embebido por los pasillos que conducen a Puerta del ángel en cuyas escaleras de salida, esta mañana bajo cero, he girado su última página. Duerme, bella; descansa ya para siempre en mi interior.

No soy dueña de nada
mucho menos podría serlo de alguien.
No deberías temer
cuando estrangulo tu sexo,
no pienso darte hijos ni anillos ni promesas.
 
Toda la tierra que tengo la llevo en los zapatos.
Mi casa es este cuerpo que parece una mujer,
no necesito más paredes y adentro tengo
mucho espacio: 
ese desierto negro que tanto te asusta.

A lo mejor era tu cuerpo
lo que me unía a ti
y no algo más abstracto.

A lo mejor imaginé todo lo demás.


Yo que soy tierra
como tierra tiemblo bajo tu pecho
te como te escupo me
trago tus huesos.
Tiene que ser así,
fuera de mí eres un extraño
duermas los años que duermas a mi lado.

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