De mano amiga me llega una cita de Hannah Arendt. La segunda la
añado yo, al hilo de.
Lo milagroso es siempre la salvación, y no la
ruina, pues sólo la salvación, y no la ruina, depende de la libertad de los
hombres y de su capacidad de transformar el mundo y su curso natural. La
absurda idea, tan generalizada en la época de Kafka y en la nuestra, de que la
misión del hombre es someterse a un proceso determinado por unas fuerzas,
cualesquiera que éstas sean, no puede más que acelerar la decadencia natural,
pues con esta idea el hombre pone su libertad al servicio de la naturaleza y de
su tendencia a la decadencia.
La dominación total se alcanza cuando la
persona humana, quien de algún modo es siempre una mezcla específica de
espontaneidad y condicionamiento, ha sido transformado en un ser completamente
condicionado cuyas reacciones pueden ser calculadas incluso cuando es conducido
a una muerte cierta.
Hannah no cuenta nada nuevo. Esta afirmación es un atrevimiento, pero así me lo parece. Lo que ocurre es más cuándo y cómo lo cuenta que el qué. Lo cuenta cuando el pensamiento de su tiempo llevaba más a un lugar determinista que al que ella propone; y lo cuenta como sólo lo pueden hacer los grandes, con una claridad y concisión que nos hace obviar que la rueda se inventó, es decir, que no siempre existió. Ay Hannah, si te hubiésemos prestado más atención en su momento.
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