las pistas de Miguel



La Cartografía interior de servidor. Leída por sus lectores ad líbitum. Mezclado y trasteado por Miguel Panki Rodríguez. En la segunda toma aparecen voces que se nos quedaron pendientes en la primera.

Navaja de magnesio

Que no doy abasto lo prueba que yo mismo me acabo de sorprender al ir a colgar mi última colaboración con Jon y darme cuenta de que el anterior entrada también era sobre Rumiando sables. En fin, así están las cosas.

Navaja de magnesio

Sospechabas del magnesio mientras recorrías tu ciudad en los meses fríos, por fin un invierno coherente. Cada esquina, una contracción en el estómago: qué te depararía el giro. El magnesio hacía su papel, su filo lacerante en el gris de la tarde, tus obligaciones cumplidas, el cruce con algunos ojos extraviados, otra esquina, otro temblor.

El resto, aquí.

rumiando sables uno

He empezado a colaborar con Jon y su Alicante live music. Cada martes alterno. Aquí va la primera:

Quizás no ingerirlos sería mejor. Al fin y al cabo no están forjados para ser ingeridos. Sólo deglutir aquello que no sea potencialmente lesivo; nada de asuntos puntiagudos, cortantes, abrasivos. Casi ceñirse a una dieta blanda y frugal, a una ingesta suave, a digestiones placenteras. Dejar pasar los alimentos hirientes como el agua que cae por la rambla, de manera natural, cuando llueve, abriéndose paso. No tener que hacer consideraciones de primer y segundo orden, no verte obligado a la inseguridad de la reflexión, al inquietante proceso de maduración.

El resto está aquí.

quién dijo que fuera gratis

Mercy, mercy, won’t you see what I’ve become 
I see the new day a-coming and I turn around and run 
You say the old day is over and the new one’s just become 
But won’t we all go to heaven with the setting of the sun 

Oh oh all of my nighttimes and all of my days 
I’ve been looking for something I’ve been looking through a haze 
And I could have done so many things that should have been left undone 
But won’t we all go to heaven with the setting of the sun 

Clap hands 
Clap hands 

Well I was born into this world so happy and so free 
But your kind of loving got a hold over me 
Your love is following me, following me like a killer with a gun 
But won’t we all go to heaven with the setting of the sun? 

Cain slew Abel didn’t he kill him for a price 
And nothing ever comes for free and least of all advice 
I’ve been looking for a reason why I came undone 
But won’t we all go to heaven with the setting of the sun? 

Well didn’t they say that love was free? 
Didn’t they say that love was free? 

Didn’t they say that love was free?





De lo de Arthur ni hablamos, pa qué.
Una última cosa: el hueso del deseo, del anhelo. Cómo son los símbolos, la hostia.

mi relación con los oxihidróxidos

Tanto la goethita como la lepidocrocita son oxihidróxidos de hierro (III), esto es, FeO(OH). La primera debe su nombre a quien aparenta debérselo; la segunda tiene un nombre con dos raíces griegas: escama y fibra, por ese orden. 
De aquí hacia abajo, la primera mitad, las del romántico alemán. El resto, las otras.











volver a visitar a Mazinger Z

Leo y releo la crítica de Jordi Costa que estoy por escribir en alguna pared de casa o, por seguir su ideario, en el reverso de la bajera de la cama. Con dos párrafos bien diferenciados y un estilo punzante, Jordi hace un ejercicio superlativo.
Fui a verla hace unos días y atónito me quedé. 
Apareció publicada en El País el 19 de enero:

Una prótesis último modelo

JORDI COSTA

Toda cultura popular surgida entre las cenizas de una derrota bélica reclama a gritos una urgente sesión de psicoanálisis. En el Japón de 1956, la aparición del manga Tetsujin 28-go de Mitsutero Yokoyama poseía todos los rasgos de una fantasía compensatoria: punto de partida del fértil subgénero de los mecha –historias protagonizadas por robots gigantes-, Tetsujin 28-go confiaba al hijo de un científico el control (remoto) de un ingenio creado originalmente con fines bélicos. El armamento por estrenar tras la rendición se reciclaba como prótesis para mejorar la auto-estima de una nación derrotada (encarnada en la figura de un niño de diez años con dotes detectivescas). Tendrían que pasar casi dos décadas para que un autor tan transgresor como escasamente sutil, Gô Nagai, acabara dándole al subgénero su identidad definitiva, disociando ese elemento psicoanalítico de su referente directo para vincularlo a algo que no conoce fecha de caducidad: lo libidinal. Su Mazinger Z seguía siendo una prótesis para su propietario Koji Kabuto, pero destinada no a aliviar sus carencias espirituales, sino a reforzar algo tan tangible como la virilidad adolescente.

Con su universo de brutos mecánicos, villanos de dos sexos, cabezas voladoras y pechos misil, Mazinger Z, personaje manga sublimado como icono del anime televisivo, está forjado con la materia volcánica del sueño húmedo púber. Por fortuna, Mazinger Z Infinity, la aplicada película que le ha dedicado Junji Shimizu en ocasión del cuadragésimo quinto aniversario del personaje, no ha caído en la tentación de adaptar este imaginario a la preservativa moderación de los tiempos. Todos los ingredientes tradicionales están aquí, puestos al servicio de una historia que juega a la hipérbole, reivindica que los hallazgos de Nagai precedieron a los Transformers e introduce nuevos focos de tensión sentimental, sin esconder que, en el fondo, todo esto va de sexo sublimado.

Bastante más poética es la mirada de Jesús.
Y respecto al pieza de artillería, esto y esto no tienen desperdicio.