Observas
el infinito a tu alrededor. En él, no todo está a tu alcance. El infinito
dentro de ti lo ves en cuanto cierras los ojos. En él, nada resulta
inalcanzable. Las paredes de las sienes te dividieron para siempre, pero tú
jamás y por nada quieres vivir dividido, porque eres la parte indivisible de
todo. Y a todo tienes completo derecho. No puedes quedarte eternamente
encerrado dentro de ti, tampoco puedes salirte de ti por un momento. Desde que
sabes de ti, surge la misma pregunta: ¿cómo vivir sin despedazarte entre esos
dos infinitos, entre aquel fantasmal dentro de ti y el cruel a tu alrededor?
¿Cómo mantenerte en la delgada piel de la vida? Sí, eso: ¿cómo atar, día tras
día, noche tras noche, un cabo con el otro?
¿Cómo?
Tú lo haces con las palabras. Ese es tu trabajo o por lo menos tú crees que lo
es. Palabras, montones de palabras, por ellas ya no ves el sol, ríos de
palabras, tu boca está llena, llenos los oídos. ¿Para qué las palabras siempre?
Como si a alguien le importaran. Sería más sencillo descalabrarse. Y si en la
cabeza hay algo, que salga a la luz del día, que se muestre ante los ojos del
mundo. Entonces, sería diferente para ti. Si en esa maldita cabeza realmente no
hay nada, tanto mejor: significa que todo aquello era una fuerte ilusión. Solo
te faltaría eso: que resultes ser un ilusionista. ¿Tal vez bajo los arcos del
cráneo no hay nada más que imágenes? Pero ¿desde cuándo las imágenes muerden?
¿Las imágenes vivas, verdad? ¡Cómo no!
Sea
lo que fuere, te quedan las palabras. Determinadas, insustituibles, tus
palabras nativas. Ellas son la única encarnación de toda la realidad en los dos
lados de tu frente. Las repites en tu interior, las alimentas con tu sangre y
tu sueño, para que resistan el aliento del espacio y los estragos del tiempo.
Para que sean como nunca habían sido, como tienen que ser ahora. ¡Y allí no hay
otra posibilidad! O tus palabras serán irrepetibles como lo es tu vida, ese
mero instante en el destino de tu pueblo, o búscate otro trabajo.
Tamizas
así las palabras, una por una, a través de los dientes y en ellas confrontas y
unes tu infinito interior con el exterior. Las unes afuera, pero según las
leyes que ignoran lo imposible y que reinan dentro de ti. Lo haces así porque
no sabes hacerlo de otra manera, lo haces por tu propia vida que puede
subsistir solo en un mundo singular, que es el único mundo real. Lo haces
ingenuamente como si fueras el primer hombre que vio el mundo, lo haces
implacablemente como si fueras el último hombre que verá el mundo. En eso
consiste tu responsabilidad ante el pueblo sin el cual no existiríais ni tú ni
la maravillosa lengua de la que tienes la suerte de servirte.
[1955] Vasko Popa
NO INÚTILMENTE
Contemplo yo a mi vez la diferencia
entre el hombre y su sueño de más vida,
la solidez gremial de la injusticia,
la candidez azul de las palabras.
No hemos llegado lejos, pues con razón me dices
que no son suficientes las palabras
para hacernos más libres.
Te respondo
que todavía no sabemos
hasta cuándo o hasta dónde
puede llegar una palabra,
quién la recogerá ni de qué boca
con suficiente fe
para darle su forma verdadera.
Haber llevado el fuego un solo instante
razón nos da de la esperanza.
Pues más allá de nuestro sueño
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra
para cambiar, no inútilmente, el mundo.
Contemplo yo a mi vez la diferencia
entre el hombre y su sueño de más vida,
la solidez gremial de la injusticia,
la candidez azul de las palabras.
No hemos llegado lejos, pues con razón me dices
que no son suficientes las palabras
para hacernos más libres.
Te respondo
que todavía no sabemos
hasta cuándo o hasta dónde
puede llegar una palabra,
quién la recogerá ni de qué boca
con suficiente fe
para darle su forma verdadera.
Haber llevado el fuego un solo instante
razón nos da de la esperanza.
Pues más allá de nuestro sueño
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra
para cambiar, no inútilmente, el mundo.
José Ángel Valente
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