El cuento:
absolutamente atónito, desconcertado, incrédulo, emocionado, abrumado,
exhausto.
Como no podía ser de
otra manera, lo de Juan Carlos era otra galaxia:
"El pesimismo de
mi padre en estos últimos años, era una forma cabalística de burlar la
muerte", afirmó Jorge Onetti. El enclaustramiento progresivo del escritor,
absoluto en el último año, se debía, según su hijo, "a su deseo de
perderse en la multitud".
La necrológica
completa está aquí.
Era Madrid y era 1994. En nuestro país aún no habíamos caído claramente del
guindo.
O bien:
Los años españoles se
caracterizaron por una menor producción literaria pero de muchos premios y
participaciones en congresos, participaciones que muchas veces se vieron
afectadas por timidez de Onetti, quien llegó a permanecer encerrado en la
habitación del hotel durante la celebración del Primer Congreso Internacional
de Escritores de Lengua Española en la ciudad de Las Palmas, en Gran Canaria,
evento del cual había sido designado presidente, negándose a participar en
ninguna de las actividades previstas.
En 1987 publica Cuando
entonces, su primera novela después de ocho años. Para entonces, Onetti llevaba
una vida cada vez más ermitaña: pasó sus últimos doce años encerrado en su
departamento sobre la avenida América, en donde recibía la
visita de lectores y periodistas, sin salir prácticamente de su cama, leyendo,
fumando y tomando whisky.
Lo de la cama es más
que lógico. Del espirituoso y lo demás, ni te cuento.
Hoy, por cierto,
ahora, está jugando Uruguay, ese agujero negro inverso de talento.
El infierno tan
temido
La primera carta, la
primera fotografía, le llegó al diario entre la medianoche y el cierre. Estaba
golpeando la máquina, un poco hambriento, un poco enfermo por el café y el
tabaco, entregado con familiar felicidad a la marcha de la frase y a la
aparición dócil de las palabras. Estaba escribiendo “Cabe destacar que los
señores comisarios nada vieron de sospechoso y ni siquiera de poco común en el
triunfo consagratorio de Play Roy, que supo sacar partido de la cancha de
invierno, dominar como saeta en la instancia decisiva”, cuando vio la mano roja
y manchada de tinta de Partidarias entre su cara y la máquina, ofreciéndole el
sobre.
-Esta es para vos.
Siempre entreveran la correspondencia. Ni una maldita citación de los clubs,
después vienen a llorar, cuando se acercan las elecciones ningún espacio les
parece bastante. Y ya es medianoche y decime con qué querés que llene la
columna.
El sobre decía su
nombre, Sección Carreras. El Liberal. Lo único extraño era el par de
estampillas verdes y el sello de Bahía. Terminó el artículo cuando subían del
taller para reclamárselo. Estaba débil y contento, casi solo en el excesivo
espacio de la redacción, pensando en la última frase: “Volvemos a afirmarlo,
con la objetividad que desde hace años ponemos en todas nuestras aseveraciones.
Nos debemos al público aficionado”. El negro, en el fondo, revolvía sobres del
archivo y la madura mujer de Sociales se quitaba lentamente los guantes en su
cabina de vidrio, cuando Risso abrió descuidado el sobre.
Traía una foto,
tamaño postal; era una foto parda, escasa de luz, en la que el odio y la
sordidez se acrecentaban en los márgenes sombríos, formando gruesas franjas
indecisas, como en relieve, como gotas de sudor rodeando una cara angustiada.
Vio por sorpresa, no terminó de comprender, supo que iba a ofrecer cualquier
cosa por olvidar lo que había visto.
Guardó la fotografía
en un bolsillo y se fue poniendo el sobretodo mientras Sociales salía fumando
de su garita de vidrio con un abanico de papeles en la mano.
-Hola -dijo ella-, ya
me ve, a estas horas recién termina el sarao.
Risso la miraba desde
arriba. El pelo claro, teñido, las arrugas del cuello, la papada que caía
redonda y puntiaguda como un pequeño vientre, las diminutas, excesivas alegrías
que le adornaban las ropas. “Es una mujer, también ella. Ahora le miro el pañuelo
rojo en la garganta, las uñas violentas en los dedos viejos y sucios de tabaco,
los anillos y pulseras, el vestido que le dio en pago un modisto y no un
amante, los tacos interminables tal vez torcidos, la curva triste de la boca,
el entusiasmo casi frenético que le impone a las sonrisas. Todo va a ser más
fácil si me convenzo de que también ella es una mujer”.
-Parece una cosa
hecha por gusto, planeada. Cuando yo llego usted se va, como si siempre me
estuviera disparando. Hace un frío de polo afuera. Me dejan el material como me
habían prometido, pero ni siquiera un nombre, un epígrafe. Adivine,
equivóquese, publique un disparate fantástico. No conozco más nombres que el de
los contrayentes y gracias a Dios. Abundancia y mal gusto, eso es lo que había.
Agasajaron a sus amistades con una brillante recepción en casa de los padres de
la novia. Ya nadie bien se casa en sábado. Prepárese, viene un frío de polo
desde la rambla.
Cuando Risso se casó
con Gracia César, nos unimos todos en el silencio, suprimimos los vaticinios
pesimistas. Por aquel tiempo, ella estaba mirando a los habitantes de Santa
María desde las carteleras de El Sótano, Cooperativa Teatral, desde las paredes
hechas vetustas por el final del otoño. Intacta a veces, con bigotes de lápiz o
desgarrada por uñas rencorosas, por las primeras lluvias otras, volvía a medias
la cabeza para mirar la calle, alerta, un poco desafiante, un poco ilusionada
por la esperanza de convencer y ser comprendida. Delatada por el brillo sobre
los lacrimales que había impuesto la ampliación fotográfica de Estudios Orloff,
había también en su cara la farsa del amor por la totalidad de la vida,
cubriendo la busca resuelta y exclusiva de la dicha.
Aquí hay
una aproximación analítica al texto. Y el texto completo, pues donde ustedes
quieran encontralo.
Serpientes como
brazos encerradas.
Sus pómulos afilados
y romos.
El calor y el polvo.
Suena Love y recuerda
a Tim.
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