"La
poesía ciertamente era un escape momentáneo hacia un espacio
metafísico, espiritual (o según Brodsky, hacia un vector
centrífugo), que marcaba su orientación a "una verdad celeste
contra la verdad terrenal". La posición vital de Tsvetáieva
era una negación firme, una no aceptación de las bases de la
organización de la vida, tal y como ella la percibía. El rechazo
activo del orden del universo, manifiesto desde sus etapas creativas
más tempranas, se reafirma debido a las circunstancias desastrosas
de su vida, tanto personales como sociales en general".
El
problema con La verdad de los poetas es que no encuentro una fuente
completa y fiable a la vez. Así que, por orden, la desconfiable -no
sé ni su autoría- pero aparentemente completa y, acto seguido, la
fiable pero incompleta:
La
verdad de los poetas.
Así
es también la verdad de los poetas; la más invencible, la más
inaprehensible, la más indemostrable y convincente. Una verdad que
vive en nosotros sólo un primer instante de la percepción (¿qué
cosa fue?) y permanece solamente en nosotros, como la huella de una
luz o de una pérdida (¿acaso fue verdaderamente?). Una verdad
irresponsable y sin consecuencias; una verdad que — ¡por Dios! —
ni siquiera es necesario intentar seguir, ya que incluso para los
poetas no tiene retorno. (La verdad del poeta es un camino en el que
las huellas se van cubriendo de vegetación. No habría huellas,
incluso para él, si él pudiera ir detrás de sí mismo). No sabe
qué dirá, y con frecuencia tampoco sabe qué dice. No lo sabe hasta
que lo ha dicho, y lo olvida en cuanto lo ha dicho. No es una de las
innumerables verdades, sino uno de sus innumerables aspectos, que se
destruyen mutuamente cuando son confrontados. Aspectos de la verdad
que sólo se realizan una vez. Sencillamente — una inyección en el
corazón de la Eternidad. El medio: la confrontación de las dos
palabras más simples, que se colocan una al lado de la otra
precisamente de este modo. (Algunas veces – ¡divididas por un solo
guión!).
Hay
candados que se abren únicamente con una cierta combinación de
cifras; si la conocemos, abrirlos es sencillísimo, pero si no la
conocemos, es un milagro o una casualidad. Un milagro-casualidad como
el que le sucedió a mi hijo de seis años cuando abrió sin ninguna
dificultad la cadenita que llevaba colgada al cuello y eso hizo que
se llenara de miedo. ¿Conoce o no el poeta la combinación de las
cifras? (En el caso del poeta —debido a que el mundo entero está
bajo candado y hay que abrirlo todo— cada vez es una cosa distinta,
cada poesía es un candado, y bajo cada candado hay una verdad, cada
vez distinta —única e irrepetible— como el candado mismo).
¿Conoce el poeta todas las combinaciones de cifras?Mi madre tenía
un don — en plena noche podía poner a tiempo el reloj cuando éste
se había parado. En respuesta a su —en lugar del tictac—
silencio, por el que probablemente se había despertado, movía las
manecillas en la oscuridad, sin ver. En la mañana el reloj indicaba
eso, precisamente esa hora absoluta que nunca consiguió el
desdichado monarca que contemplaba tantos cuadrantes
contradictorios y escuchaba tantos sonidos encontrados.
El
reloj indicaba eso.
¿Una
coincidencia? Si se repite una y otra vez en la vida del hombre es el
destino, en el mundo de los fenómenos — la ley. Esa era una ley de
su mano. La ley del saber de su mano.
No
por juego, como mi hijo; no con seguridad, como el propietario de un
candado; no con augurios, como ese supuesto matemático — sino a
ciegas y proféticamente — obedeciendo sólo a la mano (que — a
su vez — ¿a qué obedece?) — así es como el poeta abre el
candado.
Sólo
le falta el gesto: seguridad — en sí mismo y en su candado. El
gesto del propietario del candado. El poeta no es dueño de ningún
candado, por eso los abre todos. Y por eso, al abrirlos la primera
vez sin ninguna dificultad, es incapaz de abrirlos una segunda vez.
Porque no es el propietario, es sólo quien transmite el secreto.
Y
la incompleta:
Así
es también la verdad de los poetas; la más insuperable, la más
inalcanzable, la más gratuita y convincente. Una verdad que habita
entre nosotros sólo en el primer momento en que la percibimos (¿qué
fue eso?) y permanece entre nosotros únicamente como la huella de
una luz o como una pérdida (¿acaso fue verdaderamente?). Una verdad
irresponsable y sin consecuencias; una verdad a la que ¡por Dios! -
no hay que intentar seguir, ya que ni siquiera para los poetas tiene
retorno. (La verdad de los poetas es un sendero en el que las huellas
se cubren de vegetación. No habría huellas, ni siquiera para él,
si él pudiera ir detrás de sí mismo). No sabe qué es lo que va
a decir, y a menudo tampoco sabe lo que está diciendo. No lo sabe
hasta que lo ha dicho, y nada más lo ha dicho, lo olvida al
instante. No es una de las innumerables verdades, sino uno de los
innumerables aspectos, que se destruyen mutuamente cuando se
confrontan. Diversos aspectos de la verdad que se dan sólo una vez.
Simplemente - una inyección en el corazón de la Eternidad. El
medio: la confrontación de las dos palabras más simples, que se
colocan una al lado de la otra justamente de este modo. A veces -
¡separadas por un único guión!
Tsvietáieva,
Marina: Ensayos. Ellago Ediciones, España, 1º edic. noviembre 2012,
págs. 110-111. Edición a cargo de Francisco Villegas Belmonte.
Traducción: Reyes García Burdeus.
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