fábula

De un hermano pasó a las manos del otro, y de ahí a la estantería de ella, en cuya casa lo vi este verano, un día que pasábamos por allí, canícula inmisericorde. Lo leí desordenadamente por impaciencia y enseguida encontré la piedra angular. Pensé que tenía que usarlo en algo. Andaba yo tramando ligeramente este cuaderno pero sin concretarlo. Lo guardé en la memoria. Y llegó el momento. Podría, junto con el que lo hizo, haber abierto el cuaderno. Valga ahora.

Hablando de aperturas, son tres las entradas que conforman lo que daría en llamar una Introducción, algo así como una declaración de intenciones. Esta es la segunda. La tercera está por escribir.

Augusto Monterroso, en La oveja negra y otras fábulas:

El Mono piensa en ese tema.

¿Por qué será tan atractivo -pensaba el Mono en otra ocasión, cuando le dio por la literatura- y al mismo tiempo como tan sin gracia ese tema del escritor que no escribe, o el del que se pasa la vida preparándose para producir una obra maestra y poco a poco va convirtiéndose en mero escritor mecánico de libros cada vez más importantes pero que en realidad no le interesan, o el socorrido (el más universal) del que cuando ha perfeccionado un estilo se encuentra con que no tiene nada que decir, o el del que más inteligente es, menos escribe, en tanto que a su alrededor otros quizá no tan inteligentes como él y a quienes él conoce y desprecia un poco publican obras que todo el mundo comenta y que en efecto a veces son hasta buenas, o el del que en alguna forma ha logrado fama de inteligente y se tortura pensando que sus amigos esperan de él que escriba algo, y lo hace, con el único resultado de que sus amigos empiezan a sospechar de su inteligencia y de vez en cuando se suicida, o el del tonto que se cree inteligente y escribe cosas tan inteligentes que los inteligentes se admiran, o el del que ni es inteligente ni tonto ni escribe ni nadie conoce ni existe ni nada?


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