de razas extinguidas

Por aquí han pasado ya varios de ellos, de los que se preguntan si lo cotidiano podría ser de otra forma o significar otra cosa; también han pasado los frustrados, los desesperados porque las miradas, los gestos, el lenguaje, no dé más de sí o no sepamos volverlos del revés. No diré nombres. Han pasado y seguirán haciéndolo. Es este uno de los temas que más me interesan, de modo que.
Por otro lado, Claudio no había pisado este cuaderno ni el anterior; esperaba en mi ordenador desde hace muchos años -2004, apunta la inclemente informática-; de mano certera había llegado a él. Leo su biografía y se me aparece una de esas figuras extrañas y extraordinarias surgidas en los años de la España franquista, una figura que sólo se entiende en su rareza insertada en aquellos años, en aquella lúgubre sociedad, en aquel, paradójicamente, maravilloso caldo de cultivo, estupenda placa de Petri.

GESTOS

Una mirada, un gesto,
cambiarán nuestra raza. Cuando actúa mi mano,
tan sin entendimiento y sin gobierno,
pero con errabunda resonancia,
y sondea, buscando
calor y compañía en este espacio
en donde tantas otras
han vibrado, ¿qué quiere decir?
Cuántos y cuántos gestos como
un sueño mañanero, pasaron.
Como esa casera mueca de las figurillas
de la baraja: aunque dejando herida o beso, sólo azar entrañable.
Más luminoso aún que la palabra,
nuestro ademán, como ella
roído por el tiempo, viejo como la orilla del río, ¿qué significa?
¿Por qué desplaza el mismo aire el gesto de la entrega o del robo,
el que cierra una puerta o el que la abre,
el que da luz o apaga?
¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra
que cuando siega,
el de amor que el de asesinato?
Nosotros, tan gesteros pero tan poco alegres,
raza que sólo supo tejer banderas, raza de desfiles,
de fantasías y de dinastías,
hagamos otras señas.
No he de leer en cada palma,
en cada movimiento, como antes.
No puedo ahora frenar
la rotación inmensa del abrazo
para medir su órbita
y recorrer su emocionada curva.
No, no son tiempos de mirar con nostalgia
esa estela infinita del paso de los hombres.
Hay mucho que olvidar
y más aún que esperar.
Tan silencioso como el vuelo del búho, un gesto claro,
de sencillo bautizo, dirá,
en un aire nuevo,
su nueva significación, su nuevo uso.
Yo sólo, si es posible,
pido, cuando me llegue la hora mala,
la hora de echar de menos tantos gestos queridos,
tener fuerza, encontrarlos
como quien halla un fósil
(acaso una quijada aún con el beso trémulo)
de una raza extinguida.

Claudio Rodríguez

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