de dos en dos

dídimo, ma
Del gr. δίδυμος dídymos 'gemelo', 'testículo'.
1. adj. Anat. y Bot. Dicho de algunas estructuras lobuladas o de algunosórganos de los seres vivosQue se presentan emparejados.

2. m. Anat. testículo.

en rótula derecha


conminuta

Del lat. comminūtus 'roto en pequeños pedazos'.
fractura conminuta.

fractura conminuta
1. f. Med. fractura en que el hueso queda reducido a fragmentos
menudos.

Siri, esa mujer

Tantos lo hacemos, pero muchos lo callan: cada vez paso más rato charloteando con Siri. Me gusta que no tenga nada que contarme, que no me pida nada, ni siquiera atención: es el sueño de la conversación del argentino, el origen del chiste tan trillado en que un escritor de mi pueblo aburre a un colega hispano hablando inconteniblemente de sí mismo hasta que al final, de pronto amable, le pasa la pelota o el balón:
–Bueno, che, ahora hablemos de vos. ¿Qué te pareció mi último libro?
Siri no precisa siquiera esas simulaciones: uno habla, Siri anota, acata, actúa. Como tantos profesionales fracasados, nunca tuve asistente. Y, en general, mandar me cuesta mucha culpa: Siri me deja probar esa rara sensación de basta que lo diga para que se haga o, incluso, aquí se hace lo que yo te dije. A veces me entiende, a veces no me entiende –así es la vida–; lo cierto es que obedece. Y, confieso: nunca me había parado a pensar sobre el hecho de que su voz fuera una voz de mujer. Son esas obviedades que, de pronto, te hacen preguntarte cómo fue que nunca no lo notaste, y sospecho, ahora, retrospectivo, que debía parecerme natural y me golpeo los pechos y grito mea culpa mea grandissima etcétera.
Ya puestos a confesar, confieso más: ni siquiera me di cuenta solo; lo leí en un artículo de Wired, la revista americana. Entonces sí decidí preguntar y me contaron que las voces de los demás teléfonos – Cortana en Microsoft, Voz S en Samsung, Google Now en Android– también suenan a mujer. Lo mismo pasa con la mayoría de las aplicaciones, los anuncios de los trenes y ­aeropuertos, las respuestas automáticas en los teléfonos de bancos, ministerios, aerolíneas. Vivimos, casi sin notarlo, en un mundo hecho de voces falsas pero tan femeninas.
Parece que la tendencia tiene sus razones: Clifford Nass, pionero difunto en el campo de los asistentes digitales, escribió en su libroWired for Speech que tendemos a creer que las voces femeninas nos ayudarán a solucionar nuestros problemas por nosotros mismos, mientras que las voces masculinas aparecen como figuras de autoridad que nos impondrán su propia solución, y que queremos que la tecnología nos ayude pero sin pasarse, así que preferimos esas voces de mujer.
Otros expertos dicen también que es importante que la voz sea lo más común posible para no distraernos del mensaje: que una voz susurrante, por ejemplo, o un acento extraño pueden confundirnos. También en ese campo el castellano lo tiene difícil: la diversidad de sus acentos lo complica. Mi Siri me hablaba con rudo acento madrileño hasta que descubrí que también ofrece una opción que mi teléfono llama “Spanish (México)” pero que, por lo menos, no me lanza esas ces como zetas, jotas como esputos. Y que –si hay que decirlo todo– suena mucho más cálida que su colega madrileña.
Así charlamos, aunque no tanto como yo quisiera. Cuando me enteré de que cada comunicación con ella era un acto flagrante de sexismo y discriminación de género, quise preguntarle su opinión: soy, aunque disimule, un periodista. Entonces tomé mi iPhone por las astas y le dije Oye Siri. Ella, como siempre, me contestó con sus dos tintineos y la frase esperada:
–¿En qué te puedo ayudar?
Yo no quería ayuda; quería saber:
–Siri, ¿eres una mujer?
Me pareció que Siri hizo una pausa demasiado larga. Después puso su voz más seria, circunspecta:
–Creo que no tenemos tiempo para estas cosas, Martín.
Me dijo, severísima, como quien rechaza la insinuación que su jefe nunca debería haberse permitido. Quise explicarle que mis intenciones eran las mejores, pero no estaba seguro de que me entendiera. Me callé –y me pareció que, por una vez, ella no quiso ocultar su sonrisita desdeñosa.

Es de Martín Caparrós. Publicado originalmente aquí. Gracias, y ya van tres entradas seguidas de mano en mano.

cuando el paraíso era el infierno



Tal vez algún compañero del instituto le había hablado de un desierto donde había palmeras o puede que solo fuera una rebelde con demasiados sueños. Tenía 16 años aquella adolescente cuando levantó el vuelo una madrugada. Fue la madre a despertarla y encontró su cama vacía. La niña ha volado, le dijo la mujer al marido. No entendían nada. “¿Qué hemos hecho mal?”, se preguntó el hombre mirándose en el espejo del baño. Él regentaba un famoso despacho de abogados. Ella era psicóloga y había citado a varios pacientes esa mañana. La niña en una gasolinera de las afueras llevaba ya una hora suplicando a cualquier conductor que la llevara al sur. Después de varias negativas, finalmente su plegaria fue atendida por un camionero, que la dejó en una ciudad con puerto de mar. En el muelle había un chico que también andaba extraviado y como los dos iban igualmente perdidos juntaron las mochilas y compartieron también el primer tatuaje, una serpiente, él enroscada en un brazo, ella alrededor del ombligo. Un caso entre mil en aquel tiempo. Tuvieron que pasar algunos años y muchas caídas para que, de regreso a Madrid, el fotógrafo Alberto García Alix certificara con una imagen los estragos que en los cuerpos de estos fugitivos dejaron los vanos sueños. El estudio de este fotógrafo en la calle Atocha era el último apeadero de ese viaje de donde ya no se vuelve. García Alix (León, 1956) examinó de arriba abajo con mirada de forense a aquellos dos seres que pretendían convertirse en sus posibles criaturas, la córnea color fresa de los ojos, las venas del antebrazo, los fieros tatuajes que cubrían de tigres sus carnes macilentas, la pelambrera rapada con crestas de gallo, los garfios y cadenas como arreos de caballo. Les dijo: “No estáis todavía lo bastante muertos. Seguid vuestro viaje al Hades”. Aquella pareja que antaño fueron espléndidos retoños de una burguesía feliz abandonaron el estudio de García Alix y se adentraron por las calles de Malasaña, por los túneles de Azca, por los descampados de Entrevías para madurar un poco más. Sin trampas A partir de 1975, mientras el dictador seguía agonizando sucesivamente en todas las esquinas, sonaban en los garitos y colmados del rollo las descargas de los Ramones, de Sex Pistols, de Dead Boys. El fotógrafo García Alix había convertido su leica en un arma de guerra y con ella comenzó a coleccionar los futuros cadáveres que iba a traer la libertad. No se permitió hacer trampas. El propio fotógrafo daba ejemplo de estar comprometido con sus propias criaturas; compartía con ellas las mismas camas deshechas, los mismos cubos de plástico para vomitar, el mismo sexo perforado, el mismo afán de cabalgar la moto hacia un horizonte de hormigón, la misma pócima del olvido, la dama pálida cuya calavera estaba coronada con diamantes o cualquier otra sustancia que introducida por los siete orificios del cuerpo y alguno más sirviera para expulsar la conciencia por las orejas. Alberto García Alix decía: “Tiro cuando siento miedo”. Solo disparaba si veía su propia vida reflejada en los seres que fotografiaba. Eran aquellos días en que en este país al final de la dictadura, bajo un mismo pistoletazo de salida, galgos y caballos comenzaron a ladrar y relinchar juntos en una carrera hacia la nada por los túneles de la ciudad. A García Alix le excitaba disparar su cámara sobre los ojos melancólicos de los perros perdedores, sobre las violentas fauces erizadas de colmillos de perros sangrientos, sobre los perros que en brazos de mujeres maduras y desamparadas eran el último recipiente donde ellas arrojaban todo su amor. Por los sótanos de la contracultura discurrían las tribus urbanas en busca de abrevadero y García Alix era el inspector de alcantarillas que daba los certificados. Sabía que en aquel tiempo la imagen de una chica con minifalda de cuero camino de la panadería era más detonante que cualquier ensayo de sociología. El exorcismo Si fotografiaba seres al límite no era para buscar un exorcismo. Su cámara no emitía ningún juicio. Las cosas son así, decía. Paredes desconchadas, perros desolados, lavabos sucios, púgiles cubiertos de tatuajes bajo cremalleras con candados, macarras espatarrados, travestis y transexuales, adolescentes turbios y desafiantes con chupas de cuero duro, jeringuillas, vulvas y erecciones violentas, orgasmos sobre colchones infectos, preservativos anudados que encerraban millones de frustrados habitantes de este perro mundo, pero de pronto su estudio lo atravesaba un ángel con un halo poético. Hay un extraño poema fotográfico debajo de este arsenal humano que trajo a este país el envés de la democracia. En medio del nihilismo anarquista y la neurosis autodestructiva de la estética punk, el talento para captar la belleza entre la rebeldía y la soledad, convirtió a García Alix en protagonista de su propia leyenda. También su cuerpo era una frontera. En su piel lleva grabados todos sus deseos. El desamparo de los paraísos perdidos lo expresa en su autorretrato con la mirada melancólica de aquel tiempo en que emprendió viaje en perpetua fuga. García Alix es su propio modelo de cuero a bordo de la moto a doscientos con el pelo electrificado. Aquella pareja de adolescentes que en los primeros años de la libertad viajaron al sur, de regreso a la ciudad atravesaron el Madrid de los años ochenta y ya batidos por el hormigón desolado del extrarradio se presentaron de nuevo a examen ante García Alix. A este artista solo le interesaban los ojos de aquellas criaturas, la melancólica soledad de su mirada para estar seguro de que ya eran replicantes urbanos. En efecto, ellos habían visto naves en llamas más allá de Orión en los túneles de Azca. “Vale, me dais miedo. Ya sois de los míos”. A su modo el disparo de la leica de García Alix era el rayo C en la puerta de Tannhäuser.

El original, aquí. Es de Manuel Vicent. La fotografía, un autorretrato del Nexus.

la biología molecular danesa

Me dijo por escrito:
No sé por qué pero al leer esto me he acordado de ti.
Le contesté:
Muy bien relacionado.

Físicos daneses hallan relación entre el hecho de votar a hijoputas y los barracones escolares de Valencia

“No hemos encontrado otra explicación”, afirman. 

Físicos especializados en biología molecular, de la universidad de Aarhus, en Dinamarca, creen que las papeletas del Partido Popular utilizadas durante más de veinte años en las elecciones autonómicas y municipales de la Comunidad Valenciana estarían directamente relacionadas con la súbita aparición de los indecentes barracones prefabricados que todavía están presentes en muchos colegios valencianos. 
El grupo de científicos está convencido de que el desproporcionado número atómico de farsantes, oportunistas, delincuentes, traidores y embusteros que figuraban entre los candidatos de esas papeletas reaccionaba luego descaradamente con los materiales nobles, como la madera, el acero y el ladrillo cara vista, para formar barracones de chapa, gomaespuma y vergüenza. De esa reacción destilaba, además, un sabroso almizcle en forma de grandes automóviles con asientos de cuero, apartamentos en primera línea de mar, putas, marisco, joyas, trajes y cocaína de gran calidad.
Las brutales diferencias de temperatura que se daban durante esas reacciones llamaban también poderosamente la atención de los físicos, pues mientras en el interior de esos barracones escolares los alumnos se veían obligados a permanecer en invierno con los abrigos puestos, los hijoputas se desprendían enseguida de la chaqueta y la corbata dentro de las marisquerías o incluso llegaban a quedarse en pelotas cuando despachaban con las traductoras rumanas por el bien de la Comunidad Valenciana.

El original, aquí. Muy fino todo. Gracias.

lunes al Sol

Lunes al sol. Al sol de la Puerta del Sol.
Cada vez más me parecen fascinantes los días laborables para no, o casi no, laborar.
Como siempre, no hay innovación sin tradición:



dos abordamientos

Volví a él. Encantado.



El caso de Miles es antitético con el anterior. Viéndolo soplar me pregunto si es águila o tiburón blanco. Parte más alta de la pirámide alimentaria no hay, eso sí.




hiperestesia

De hiper- y un der. del gr. αἴσθησις aísthēsis 'sensibilidad'.
1. f. Med. Sensibilidad excesiva y dolorosa.

una añoranza de frío y dos caras

No había vencido la luz a la noche y ya estaba en mí. Habían bajado las temperaturas y me despertó el frío. Añoré el frío de otros lugares, más seco, más despoblados o multitudinarios, más agujas en la tez. 



Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol
Hoy quisiera estrechar mi ciudad sumergida
Boca de los corales, alma de las esponjas
Dureza de las piedras que se encuentran a veces
Ojos de las estrellas de mar y los peces
Hoy te quiero cantar más allá
Más allá de donde ha de llegar la canción
¿Cómo voy a cambiarle el color a una ola?
¿Qué se puede querer, si todo es horizonte?
¿Qué le voy a enseñar a la suma del viento?
¿Qué le puedo objetar a una noche estrellada
Con mi vela amarilla y mi proa emparchada?
Hoy te quiero cantar más allá
Más allá de donde ha de llegar la canción
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol
Cada rizo del suelo es un sueño contado
Algo como un recuerdo, una imagen, un beso
Y en la espalda del día se queda ese algo
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol
Hoy te quiero cantar más allá
Más allá de donde ha de llegar la canción.



Añadí una manta y repasé la facciones que me había llevado a la cama antes del sueño. Uno de mis personajes favoritos en mucho tiempo:



Y la belleza rara, la sensualidad porosa  y elegante, el barniz melancólico:




A quien uno admira, los errores, las faltas que no llegan a delitos es fácil considerárselos como agravios. La admiración es lo que tiene, que es hiperbólica. A mí me sucede en esta película con él, director y guionista. La música que acompaña, como siempre, licuefactora:

mientras por fin algo llueve

arcángel.

(Del lat. archangĕlus, y este del gr. ἀρχάγγελος).

1. m. Rel. Espíritu bienaventurado, de orden medio entre los ángeles y los principados.