Estaba conversando con Archibald MacLeish
en el bar «Los Marinos»
de la Barceloneta cuando la vi aparecer, una
estatua de yeso
caminando penosamente sobre los adoquines.
Mi interlocutor
también la vio y envió a un mozo a
buscarla. Durante los primeros
minutos ella no dijo una palabra. MacLeish
pidió consomé y tapas
de Mariscos, pan de payés con tomate y aceite,
y cerveza San Miguel.
Yo me conformé con una infusión de
manzanilla y rodajas de pan
integral. Debía cuidarme, dije. Entonces
ella se decidió a hablar:
Los bárbaros avanzan, susurró
melodiosamente, una masa disforme,
grávida de aullidos y juramentos, una
larga noche manteada
para iluminar el matrimonio de los
músculos y la grasa. Luego
su voz se apagó y dedicóse a ingerir las
viandas. Una mujer Hambrienta y hermosa, dijo
MacLeish, una tentación irresistible
para dos poetas, si bien de diferentes
lenguas, del mismo indómito
Nuevo Mundo. Le di la razón sin entender
del todos sus palabras
y cerré los ojos. Cuando desperté MacLeish
se había ido. La estatua
estaba allí, en la calle, sus restos
esparcidos entre la irregular
acera y los viejos adoquines. El cielo,
horas antes azul, se había vuelto
negro como un rencor insuperable. Va a
llover, dijo un niño
descalzo, temblando sin motivo aparente.
Nos miramos un rato:
con el dedo indicó los trozos de yeso en
el suelo. Nieve, dijo.
No tiembles, respondí, no ocurrirá nada,
la pesadilla, aunque cercana,
ha pasado sin apenas tocamos.
Roberto Bolaño
Del lat. mediev. palingenesia, y este del gr. παλιγγενεσία palingenesía.
1. f. Regeneración, renacimiento de los seres.
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