Hay gente que sabe las veces que
le han roto el corazón, gente que lleva ese balance, con su Debe y su Haber.
Tengo cuadernos de contabilidad antiguos porque hubo una época en la que los
coleccionaba. Me gustaban para escribir poemas, para expresar lo que yo le
debía a la vida y lo que la vida me debía a mí. A mí la vida no me debía nada,
pero yo creía que sí. Yo estaba convencido de que sí, y hay días en los que
todavía me levanto con esa sensación, con la de que la vida me debe algo. Sé
que es un delirio, pero no puedo quitármelo de la cabeza y espero y espero una
llamada de teléfono o una revelación, un descubrimiento, en fin, que salde esa
deuda irreal, fantástica, fabulosa, quimérica. La gente compra lotería porque
piensa que tiene derecho a que le toque, porque se lo merece, porque llevamos
dentro un vacío extraordinario del que alguien debería hacerse cargo.
Todo eso ocurre, por ejemplo, un miércoles. El jueves, sin embargo, me doy
cuenta de que no hay forma de tapar ese agujero existencial y pienso que no es
bueno andar con la maldita idea de la deuda por la calle, ni en el metro, ni en
el autobús, ni en los trenes o en los aviones en los que me desplazo de un
sitio a otro para ganarme la vida. Te crea mala sangre esa obsesión, te la
envenena. Ahora mismo a mi lado, en el metro de Madrid, a la altura de la
estación de Ciudad Lineal, una mujer está diciéndole a alguien por el móvil que
ese alguien le ha roto el corazón. De ahí han nacido estas palabras mías, de
esa escucha. Y es la tercera vez que me lo rompen este año, ha añadido la mujer
con un sollozo.
Le han roto el corazón tres veces en un año, y aún queda tiempo para que
se lo rompan otras dos, u otras diez, u otras veinte, quizá más. Me dan ganas
de preguntarle cuántas veces lo ha roto ella, tal vez lleve la cuenta en un
cuaderno de contabilidad como los de mi colección. Pero también es cierto que
hay gente buena, ingenua que no ha dejado ningún cadáver a su paso, que no
traicionó amistad alguna, que cumplió siempre su palabra. Hay personas así, a las
que el mundo sin embargo trata mal y que no saben defenderse. O que prefieren
no hacerlo. Esta mujer podría ser una de ellas.
¿Y yo?
Juan José Millás
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