desde el nuevo mundo

Él sabe que le queda poco -5 años, aproximadamente- y se nota. Es extraño ver a estos animales en el declive. Hay una especie de mueca de escepticismo, desencanto y desagrado, como si la vida les hubiera decepcionado, o ellos a la vida, o a sí mismos, o todo junto.

Sobre la sinfonía y su autor es fácil encontrar. Me encanta el título real, no la traducción errónea.

los trajes marrones

El tramo final con Arthur y Paul mano a mano, los trajes marrones, el coche, los diálogos... Ambos, Paul y Arthur, son maravillosos, pero mi personaje de toda la galería que aparece en la película, que no es poca, es el de Shelley Winters.
La elegancia, la clase, el estilo que transita todo el metraje, cartelería incluida, está a años luz de lo que habitualmente circula. Y Lauren en una silla sin moverse es perverso e inquietante.



El guion completo está aquí. Para ponerle un piso a quien escaneara esa preciosidad. El tramo final al que aludo:

As a lawyer, I have to caution you
that your proof is pretty insubstantial.
Well, proving it's not my job.
- I'll be perfectly safe in a court of law.
- This ain't a court of law.
Just a couple of buddies
out for an evening spin
discussing the events of the day.
Only don't lie to me, Albert. I
mean, lying is for other people.
Okay?
Come on.
I don't know why, actually.
Not in any concrete way.
I hadn't intended to. Nothing premeditated.
But when I found him
and was faced with the
prospect of setting him free,
it just suddenly seemed
for the best that he die.
When it came to cruelty, he
could be incredibly versatile.
With anybody.
His wife, daughter, stranger in the street.
When he found out how I felt about
Miranda, he pushed us together.
But he never would have let me
marry her. Never in this world.
Just laughs for the client,
that's all I was supplying.
And then today, when she
put her arms around me
and I felt the texture of her skin...
Perhaps I killed him
for a kiss, I don't know.
But I do know that his passing will
not be the cause for universal mourning.
You gonna turn me in?
- Got no other choice, buddy boy.
- You don't have to.
Got a better friend than me?
I haven't got many friends,
Albert, but none better than you.
He was scum, Lew. I swear it.
Well, you know, when we first met,
you were gonna push your way
all the way up to be governor
of this great and powerful
state of California.
That was a pretty nasty and
terminal thing you did to Sampson.
Do governor-type people do that today?
Jeez, makes you stop and wonder.
And you were going to push your way up
to being the greatest defender of justice
that the great and powerful
state of California ever had.
How does it feel to be popping your
flash bulbs in dirty little motel rooms,
spying on the cheaters?
Yeah, well...
Things just don't turn out
the way we plan them, do they?
You were hired by a bitch to find scum.
Yeah, and every time I hope
it's gonna be Prince Charming
sending me out to scout out Cinderella.
Oh, yeah.
Boy, I had a total of about eight
pretty disgusting months last year.
But then I had five or six good weeks.
Let me tell you something.
I mean, it's something
that you won't understand
and Susan sure as hell won't,
but those five or six
weeks, I really felt alive.
So all I can do, Albert,
is just do the dirty job
all the way down the line.
Well, I understand why
you have to turn me in.
Do you understand why I can't let you?
Oh, yeah. You still got the gun?
Well, then, you better use
it before I hit that door.
Well, the way I feel now, if
I never make it to that door,
it won't be the worst thing
that ever happened to me.
So long, Albert.
Oh, hell.
Oh, hell.

de libro

Y claro, habrá que reírse de uno mismo. Todos los clichés, instituto incluido. Impagabale.

model shop

Estoy viendo cine de nuevo. Cine, películas, mediometrajes; no series. Y estoy viendo muy buen material. De las que me han dejado más epatado es la que sigue. Jacques es un tipo venido del hiperespacio (dirección y guion son suyos), un ser con una mirada artística -existencial- tan bella como hiriente. Todo en la película me parece superlativo; todo. Y de Anouk (la elegancia, la belleza y la fatalidad sin histrionismo) ni hablo.

Que Quentin se fije en esta película, en su trastornado conocimiento del cine, no me extraña lo más mínimo. Y que Larry hable de que L.A. es un personaje más -si no EL personaje-, tampoco es de extrañar.

las escaleras del Jorge Juan

Ya estamos en casi capilla. Volveremos a subir las escaleras. Salimos de allí, pero nos lo llevamos puesto. Amén. 


la redención del teniente

La tenía pendiente hace más de tres décadas. Quién me iba a decir que caería en Soria.

Lo que imaginaba: difícilmente clasificable, dura, por momentos desagradable y cómica, Harvey inmenso, grano grueso, sexo, drogas, degradación moral y urbe. Se me había escapado en mi imaginería la religión; craso error el mío. Brutal todo. Zoë incluida.

Los últimos casi veinte minutos son para recordarle, a quien ruede y no sepa cómo acabar su obra, cómo hacerlo. De clase magistral.


la poesía, en cambio, siempre pesa igual

Curiosidades

Me ha dicho el médico que me pese cada mañana. De ese modo, si un día cojo unos gramos, al siguiente pondré los medios para perderlos. No es preciso añadir que se trata de un médico obsesivo, pero ni los médicos ni las esposas nos tocan en la lotería. Si estoy con él, me digo, por algo será. De otro lado, me gusta la idea de corregir el martes los errores del lunes. Lo primero que hago al sentarme frente al ordenador, a primera hora, es repasar las páginas escritas la jornada anterior. Siempre tacho algunas palabras o añado otras. Gracias al médico obsesivo he empezado a relacionarme con mi cuerpo como si fuera una novela que escribo día a día. Hoy peso 200 gramos más que ayer por culpa de una cena que ni siquiera me hizo feliz. Pues nada: a tachar esos doscientos gramos a base de frutas y punto (punto y aparte).

Tachar kilos es tan difícil como tachar adjetivos. Se les coge cariño a los unos y a los otros. Aunque sabes que no le vienen bien a la escritura ni al cuerpo, nos cuesta cortar por lo sano, ésa es la verdad. Pero quiero insistir en la idea del cuerpo como novela; a veces, como novela de terror. Me hice unos análisis que me entregaron en un sobre cerrado donde ponía la palabra «confidencial». Iba por la calle con aquel sobre debajo del brazo como si fuera un agente del Centro Nacional de Inteligencia. Pero sólo era un espía de mi propio cuerpo. Se lo entregué al médico y fue entonces cuando me recomendó que me pesara todos los días, para tachar el miércoles los gramos de más escritos durante el martes. En eso estoy.
Para amortizar la báscula, me peso siempre que paso cerca de ella. Por las noches, no sé por qué, peso siempre dos kilos más que por la mañana. Pero son dos kilos que se tachan solos, también de forma inexplicable, durante el sueño, como si los gramos se colaran por un sumidero invisible. El otro día me desperté de madrugada y estuve una hora sobre el peso, para sorprender al cuerpo en el instante de adelgazar, pero es más difícil que ver crecer la hierba. He hecho también experimentos con algunos libros. Las novelas pesan más por la noche que por la mañana. La poesía, en cambio, siempre pesa igual. Cuestión de metabolismo, supongo.

Juan José Millás

Los gases son comprensibles, en formato tangible

Por fin, tras una larga gestación, ocurrió el parto. Fue hace unos días. Haciendo honor al título del cuaderno y viceversa. En un plazo razonable lo presentaremos en sociedad. Seguiremos informando.
Aquí está en la página de la editorial




Los padres mienten

Mi hermano mayor me despertó a medianoche para revelarme el siguiente secreto:

—Dentro de poco te dirán que los Reyes Magos son los padres. Se lo dicen a todo el mundo al cumplir tu edad. No te lo creas. Los Reyes existen, pero como los mayores no saben el modo de explicar su existencia, dicen eso, que son los padres.
Mi hermano dormía en la cama de al lado. Nuestra relación no era ni buena ni mala, así que a veces nos llevábamos bien y a veces mal. Pero éramos cómplices de muchas cosas. Fumamos el primer cigarrillo juntos; hurtamos juntos también las primeras monedas del bolsillo de la chaqueta de mi padre; él me hacía los deberes de matemáticas y yo los de lengua… Dependíamos el uno del otro, en fin, en demasiadas cosas. Como decía aquél, dos que han robado caballos juntos están condenados a protegerse. La protección pasaba por hacernos este tipo de confidencias sobre las verdades básicas de la vida. Si los Reyes existían y él lo había averiguado, era mejor que yo lo supiera, por duro que resultara para mí.
 
Lo cierto es que yo ya había oído en el colegio rumores acerca de que Melchor, Gaspar y Baltasar eran los padres. Pero no les había prestado atención. Lo que no podía imaginarme era que los rumores procedieran de los adultos. Si ya les tenía poco respecto, lo perdieron del todo tras la revelación de mi hermano mayor.
 
En efecto, ese mismo año, cuando nos dieron las vacaciones de Navidad, mi madre me llamó un día y empezó a preguntarme qué pensaba yo de los Reyes Magos. Le dije que les tenía en gran consideración (no de este modo, claro, no era un niño cursi), aunque no siempre me trajeran lo que les pedía, pues me hacía cargo de que había en el mundo muchos niños y que no podían complacer a todos. Mamá se quedó desconcertada, ya que lo normal, cuando a un chico se le quita la venda de los ojos en este asunto, es que el chico esté ya al cabo de la calle. Creo que estuvo a punto de desistir, pero finalmente tomó aire y me dijo que los Reyes Magos eran los padres.
 
—Se trata —añadió— de una mentira que mantenemos durante la infancia, porque la infancia es una época de ilusiones fantásticas, pero tú ya no tienes edad para creer en los Reyes. A tu hermano se lo dijimos también cuando cumplió tus años.
Mi hermano me había aconsejado que cuando me contaran la mentira de que los Reyes eran los padres, fingiera que me lo creía, pues de lo contrario les parecería un chico raro y me llevarían al psicólogo.
 
—Yo —añadió— también lo fingí. Como comprenderás, si ellos se quedan más tranquilos así, tampoco cuesta tanto darles gusto.
 
Hice, pues, como que me lo creía y me fui a mi cuarto a escribir la carta a los Reyes, una carta, por primera vez, clandestina. Ese año, habida cuenta de que ya era un chico mayor y que me hacía cargo de la situación mundial, que era un desastre, les pedí cosas más razonables que en otras ocasiones. Mi hermano puso mi carta en el mismo sobre que la suya y se encargó de echarlas al correo. Curiosamente, ése fue el primer año que me trajeron todo lo que les pedí.
 
Al regresar de vacaciones de Navidad al colegio, comprobé que a todos los de mi clase les habían dicho que los Reyes eran los padres, y todos se lo habían creído. Estuve a punto de sacarles de su error, pero mi hermano también me había dicho que ni se me ocurriera, porque me tomarían por loco. La conspiración para eliminar esa creencia de la cabeza de los chicos era prácticamente universal y resultaba ingenuo tratar de enfrentarse a ella, pesa a las numerosas pruebas existentes, repartidas entre la Biblia, la Historia Sagrada y los propios hechos, pues lo cierto es que aun después de dejar de creer en los Reyes la gente continuaba recibiendo regalos.
 
Tuve la suerte, en fin, de mantener esa ilusión durante mucho más tiempo que mis compañeros. Si he de ser sincero, no recuerdo exactamente la edad en la que dejé de creer en los Reyes Magos, quizá cuando falleció mi hermano y en su funeral recordé esta historia fantástica que no sé cómo se le pudo ocurrir. Aunque también es cierto que una vez instalado en el mundo de los adultos comprobé que mentían tanto y de manera tan gratuita, que no sería raro que mi hermano llevara razón y que también hubieran mentido en esto. Este año, como todos desde aquella época, les escribí una carta clandestina (en mi casa ya no creen en los Reyes ni mis hijos) y me han traído de nuevo todo lo que les pedí.

Juan José Millás

¿Dónde están los sabios?

Aún no había estrenado el cuaderno este año. De momento pinta mal para publicar como a mí me gustaría, pero, visto lo visto, quién sabe.
Este texto de aquí, de mi querido y admirado Manuel, se publicó a principios de año (12 de enero) en El País. Corrió como la pólvora entre mis amistades.

Hay sabios que todo lo que saben es porque lo han leído; hay sabios que todo lo que saben es porque lo han vivido. Ignoro qué da más profundidad a la vida, si leer a Shakespeare u oler una hogaza de pan candeal recién salida del horno. Puede que ese perfume del pan posea más hondura que el monólogo de Hamlet, puesto que permanece arraigado en el cerebro hasta la muerte, mientras las dudas de aquel príncipe de Dinamarca se las lleva el viento. Creo que el triángulo que el panadero traza sobre la corteza crujiente de una hogaza de pan de pueblo tiene más verdad que aquel equilátero que contenía el ojo vigilante de Jehová. Si algún joven aspirante a escritor me pidiera un consejo le diría: “Lee a Horacio, lee a Shakespeare, lee a todos los grandes, pero después abre la ventana, asómate a la calle y disponte a oír el grito del chatarrero”. Al llegar a cualquier ciudad desconocida visita antes el mercado que la catedral, antes los bares que los museos, y en lugar de ir al teatro prueba a sentarte en una terraza soleada para ver pasar el río de la gente. Cada persona lleva un mapa en la cara que te remite a regiones ignotas del alma humana. En este año que empieza no formules ningún propósito, salvo el de pasar los días un poco entretenido en medio del disparate de la vida que nos rodea. Busca la compañía de los científicos y de los sabios que lo saben todo por experiencia, pero no de los intelectuales cabreados que cambian de garita para disparar sin saber que lo hacen sobre su propio cabreo. ¿Dónde están los sabios de antaño? Aquellos labriegos herméticos, aquellos marineros cocidos por el sol de la mar, hay que ir a buscarlos en las tabernas del puerto o en las solanas de los pueblos abandonados. Allí se ven algunos viejos con el bastón entre las piernas luciendo una camiseta de la Harvard University. Se la ha mandado su nieto que está haciendo un máster en Estados Unidos. Tal vez de su boca salga alguna sentencia parecida a las de Epicteto o de Marco Aurelio.

Manuel Vicent

uno delante y otro detrás

Esta tía mola:

"Morris sugirió que los pechos femeninos aparecieron junto con el bipedismo porque se parecían a las nalgas. En el resto de primates que andan a cuatro patas, las señales sexuales son muy visibles en el trasero. En cambio, en la posición erguida de los humanos la mayoría de las interacciones son cara a cara y las nalgas no se ven tanto, así que ¿por qué no llevarlas al pecho? Si los hombres se sienten atraídos por los culos, siempre será mejor tener dos, uno delante y otro detrás."

El artículo completo está aquí. Laura Camón, que es como se llama la chiquilla (hace no mucho, a su edad -30 años- una mujer ya había tenido gran parte de su descendencia o toda, otro asunto sobre el que quizás haya escrito, ya iré viendo), llegará adonde sus intereses le guíen. Supura brillantez.