grados de atención: la luz que entraba por la ventana

La columna, de este viernes pasado, no es de mis preferidas literariamente hablando. Sin embargo, coincido tanto con su tercer párrafo.

Permanecer atentos

Hay días en los que uno se levanta necesitando desesperadamente que ocurra algo bueno. Algo bueno, aunque se trate de algo bueno pequeño, de algo bueno normal, de algo bueno doméstico. Dios mío, si me sintonizas, envíame algo bueno. ¿Nos sintoniza Dios como sintonizamos nosotros una emisora de radio? ¿Mueve Dios un dial por el que un día escucha a Àngels Barceló y otro a Carlos Herrera? Ahí estoy yo también, en todo caso, pidiéndole algo, no un milagro, no una intervención grandiosa, sino un gesto, un guiño, un destello, una disculpa. Y me pregunto si la señal le llega distorsionada, como cuando las emisoras de radio se mezclan entre sí y no sabes si hablan a favor de Ucrania o en su contra.

Aun así, sigo pidiendo. Cuanto más ateo me vuelvo más pido, aunque sospeche que nadie se encuentra al otro lado. Porque uno pide incluso cuando sabe que es uno mismo quien debe conseguirse ese algo bueno. Permanecemos aferrados a aquella parte de la infancia en la que el mundo podía transformarse en un instante por la aparición de un regalo inesperado del Ratoncito Pérez, de una palabra de reconocimiento del profesor de Lengua, de la luz que entraba por la ventana el día de Reyes.

Quizá lo que esperamos es la confirmación de que no estamos completamente solos en el interior de nuestra cabeza. Que hay un orden secreto, una coreografía mínima, un pacto silencioso entre lo que pensamos y lo que sucede. Un pacto que a veces se cumple y a veces no, como ocurre con las señales de radio cuando el viento cambia de dirección y se mueve la antena. Me gusta creer que lo bueno que pedimos no siempre llega en el envoltorio imaginado. Que a veces se disfraza de rutina, de una conversación trivial, de una sonrisa que aparece donde no la esperabas. Y que, si existiera ese Dios radiófilo, tal vez nos revelaría que la oración más eficaz es la que emitimos cuando dejamos de suplicar y empezamos, simplemente, a permanecer atentos.

Juan José Millás

mean streets

Más de 80 tiene cada uno de la tríada monumental. El mayor, el más bajito. Impresiona ver la génesis, en menos de dos horas, de todo lo que iba a venir en cascada los siguientes años. Martin se va a sus orígenes, siguiendo el acertado comentario de John Cassavetes. Hay encuadres que son para cuadro, valga la aliteración.
También es llamativo que Harvey tenga, que yo sepa, esta relación actoral con el pecado, la culpa y esas cosas, al menos dos veces.
Me gusta mucho esta microcrítica y esta otra no tan micro.

lo de Kelly: burning bridges

De lo más subersivo que servidor haya visto en materia bélica. Desde la primera escena, antológica carta de presentación de lo que luego va a suceder. Impecable elección musical para abrir y cerrar. Donald Shuterland que estás en hornacina.
De Mike Curb, ni digo, porque necesitaría toda una tarde.
Por cierto, esta gente conocía Bienvenido Mister Marshall, porque el final no deja de evocar.
El humor, ese arma.

tres o cuatro mudanzas de muebles

No estoy seguro de que esto no haya aparecido antes por aquí. Da igual. Abramos el sábado que quiere abrirse, salir de su capota, desentrañar el azul, relegar el agua al subsuelo. 
(No es la versión que más me gusta, todo hay que decirlo.)

Abajo unas perlas de Carlos Marzal, que por mor del silogismo se me reapareció. 

Claramente tengo una itis de mercado hoy como un piano de rapsodia azul.


La verdadera fuerza de la vida se aprende comprando fruta en el Mercado.

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Desde cierto punto de vista, la vida consiste en tres o cuatro mudanzas de muebles.

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Ser feliz consiste en creer que uno lo es.

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Si la terraza de café es lo suficientemente buena, el más desgraciado puede hacerse pasar por un tipo con suerte.

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Hay un elogio fúnebre que jamás se valorará lo suficiente: En su casa nunca faltó buena bebida.

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El amor reclama cegueras transitorias.

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Lo más sensato sería querer a la gente por partes.

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Lo único tonto es no usar un consuelo, por muy consuelo de tontos que sea.

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La mayor parte de las veces, es mejor estar absolutamente convencido sólo a medias.

sin suceder

Qué bien que lo describe Carlos:

LA VISITA

Después de muchos años sin escribir ninguno, ayer logré acabar otro poema. Sería más preciso el haber dicho después de muchos años sin suceder ninguno. Los poemas suceden, nos ocurren, los versos acontecen cuando quieren, sólo siguen la ley de su capricho. Los echaba de menos: eso es cierto. Me decía: Vendrán cuando piensen que a ti ya no te importan. Se cansarán de otro, ten paciencia. Pero a pesar de conocer la lógica, sin lógica ninguna, de aquello que solemos llamar inspiración, vivir sin las visitas casuales de un poema representa una forma malsana de vivir. El caso es que mandé el poema a unos amigos. Sin corregir apenas, y sin la obligatoria frialdad sentimental. Me entenderéis mejor los despechados. Aquellos que no saben vivir sin las palabras. Quería subrayar que aún estoy vivo. Qué extraña maldición: cada poema aspira a ser el último que escribas.

Carlos Marzal

y todo se extravía

Cae la nieve

Cae y cae la nieve.
Hacia las estrellitas blancas
Que la tormenta lleva aquí y allá, se extienden
Las flores del geranio en la ventana.

Cae la nieve y todo se extravía,
Todo levanta vuelo,
La curva de la esquina,
Una escalera de peldaños negros.

Cae y cae la nieve. No parecen
Copos, sino que sobre los remiendos
De una capa a la tierra descendiese
Lentamente la cúpula del cielo.

Como si con los gestos de algún extravagante,
Desde el piso de arriba,
Sigiloso, jugando a la escondida,
Bajara el cielo desde la buhardilla.

Porque la vida no espera. Un instante,
Y ya es la víspera de Nochebuena.
Luego, un breve paréntesis, y observa:
El año nuevo que de pronto llega.

Cae la nieve, densa, densa,
¿Y con su andar, sobre sus huellas,
Al mismo ritmo, con esa indolencia
O con la misma prisa con que nieva
Es el tiempo que vuela?

¿Tal vez un año a otro año sobreviene
Como cae la nieve
O como las palabras de un poema?

Cae y cae la nieve,
Cae la nieve y todo se extravía,
El peatón que encanece,
Las plantas sorprendidas,
La curva de una esquina.


Boris Pasternak

como una bola: no ni ná

Qué barbaridad. Cuesta imaginar.

calcetines de lana

Vuelvo con Pepín, como el que toma un caldo reconfortante en una noche desapacible.

does not occur in Samoa

Buscando, por enésima vez, aclarar dudas sobre la idea de amor romántico occidental, contemporánea, me encontré con esta cita que me pareció magnífica no sólo por lo que dice, sino por cómo lo dice:

"Romantic love as it occurs in our civilisation, inextricably bound up with ideas of monogamy, exclusiveness, jealousy and undeviating fidelity does not occur in Samoa."

Pertenece a Margaret Mead, que resultó también ser poeta, y se encuentra en este libro.

Le tigri di Mompracem

Yo leía de pequeño una versión de la novela de Emilio trufada de viñetas. Era un papel burdo y oscuro. Tapa dura. Brugera editorial. Su recuerdo y la automática regresión, lo mismo.
Fuimos ayer al cine a ver otros tigres, los de Alberto. Hace unos días, en casa, habíamos estado con El hombre de las mil caras, ese Superhumor de carne, hueso e historia patria cercana. 
A Alberto le profeso devoción desde que lo descubrí, hace así como veinte años. Con lo de ayer se me afianza más si cabe el devocionario. Tremendo diseccionador de ecosistemas.
Ha dejado de llover.

el puente de Alfredo y Poderosa

Estuve, por fin, viendo El puente. Me la habían abocetado -alguien que sabe del negocio que nos ocupa y que me lanza cabos sueltos para que yo recoja-, la había comenzado, y ahí me había quedado. La terminé conmocionado y conmovido. Uno no se hace una idea de lo que le viene encima con el inicio y eso es, claramente, un recurso del cineasta. La elección de Alfredo es magistral. Duele.
(La música de José Nieto es acojonante.)