caminos amarillos a los que se les dice adiós

Terminé la quinta temporada. Sólo por entender estos cuatro minutos que siguen merecen la pena. Pero entender tiene un precio, el de recorrer el camino de los adoquines amarillos entre otros.
Maravilloso espectáculo.



When are you gonna come down
When are you going to land
I should have stayed on the farm
I should have listened to my old man

You know you can't hold me forever
I didn't sign up with you
I'm not a present for your friends to open
This boy's too young to be singing the blues

So goodbye yellow brick road
Where the dogs of society howl
You can't plant me in your penthouse
I'm going back to my plough

Back to the howling old owl in the woods
Hunting the horny back toad
Oh I've finally decided my future lies
Beyond the yellow brick road

What do you think you'll do then
I bet that'll shoot down your plane
It'll take you a couple of vodka and tonics
To set you on your feet again

Maybe you'll get a replacement
There's plenty like me to be found
Mongrels who ain't got a penny
Sniffing for tidbits like you on the ground

So goodbye yellow brick road
Where the dogs of society howl
You can't plant me in your penthouse
I'm going back to my plough

Back to the howling old owl in the woods
Hunting the horny back toad
Oh I've finally decided my future lies
Beyond the yellow brick road




desde Grecia con amor

anagnórisis
Del gr. ἀναγνώρισις anagnṓrisis 'acción de reconocer'.
1. f. Ret. Reencuentro y reconocimiento de dos personajes a los
que el tiempo y las circunstancias han separado.
2. f. Reconocimiento de la identidad de un personaje por otro u
otros.

palingenesia
Del lat. mediev. palingenesia, y este del gr. παλιγγενεσία palingenesía.
1. f. Regeneración, renacimiento de los seres.

Para más madera, aquí y aquí.

los restos de la noche

La llamada

Temprano, en la mañana, la llamada.
Tal vez es el teléfono que avisa
y me levanto a ciegas,
tentando el despertar sin ver su rostro.

Tropiezo en los residuos de la víspera,
cuanto hay de ayer en hoy me sale al paso,
y con torpeza y sumisión recojo
la llamada en el alba, tan temprana.

«Quién es, quién, quién.»
                          Silencio.
Alguien dice mi nombre y calla luego.
El despertar se rompe en nueva sombra.
«Quién, quién –repito–, quién tan pronto.»

En mil pedazos salta la mañana.

Desde el umbral me llega, tibia y sola,
la voz de la mujer envuelta en sueño,
caída aún en la última caricia
(«quién era, quién, quién era...»).

                                   Se deshacen
lentamente la luz y las palabras,
la voz de la mujer resbala lejos,
muy lejos, más allá
que la otra voz –allá– de la llamada.

José Ángel Valente

Acerca del poema aquí hay para dejar de tomar drogas.

nunca estuvo esto tan solo

Por fin llueve el agua contenida durante estos días.
Se oye aparato eléctrico.
Dormí ocho horas seguidas.
No me extraña lo de Roberto en el bar, malherido o no.

VERSOS DE JUAN RAMÓN

Malherido en un bar que podía ser o podía no ser mi victoria,
como un charro mexicano de finos bigotes negros
y traje de paño con recamados de plata, sentencié
sin mayores reflexiones la pena de la lengua española. No hay
poeta mayor que Juan Ramón Jiménez, dije, ni versos más altos
en la lírica goda del siglo XX que estos que a continuación recito:
Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtubo esto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!
Después permanecí en silencio, hundido de quijada en mis fantasmas,
pensando en Juan Ramón y pensando en las islas que se hinchan,
que se juntan, que se separan.
Como un charro mexicano del infierno, dijo horas o días más tarde
la mujer con la que vivía. Es posible.
Como un charro mexicano de carbón
entre la legión de inocentes. 

Roberto Bolaño

LA CARBONERILLA QUEMADA 

En la siesta de julio, ascua violenta y ciega, 
prendió el horno las ropas de la niña. La arena 
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras; 
el cielo era igual que de plata calcinada. 

...Con la tarde, volvió –¡anda, potro!– la madre. 

El pinar se reía. El cielo era de esmalte 
violeta. La brisa renovaba la vida...   

La niña, rosa y negra, moría en carne viva. 
Todo le lastimaba. El roce de los besos, 
el roce de los ojos, el aire alegre y bello: 
— «Mare, me jeché arena zobre la quemaúra. 
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca 
ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían, 
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!» 
    
Por el camino –¡largo! –, sobre el potrillo rojo, 
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos 
eran como raíces secas de las estrellas. 
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca. 
Corría el agua por el lado del camino. 
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos, 
oyendo ya los gritos de los niños del pueblo...     

Dios estaba bañándose en su azul de luceros.

Juan Ramón Jiménez

la inhumana belleza de las bestias

Algún día seremos su banquete

Hay bestias que nos siguen el rastro
y saben oír el crujir de las hojas
bajo nuestros pies,
a millas de distancia.
Distinguirán el sonido
de nuestros pasos pequeños,
por más que nos creamos tan descalzos.

Si por casualidad o por cansancio
aflojamos la mandíbula,
distendemos del todo los pulmones,
la inhumana belleza de las bestias
acabará con nosotros,
dejando un rastro gris
de rocas y ceniza.

Por eso
rechinarán mis dientes
hasta el último instante,
contraeré cada músculo,
mi cuerpo entero será nuestro vigía.
No dejaremos que nos venzan
aunque no quepa duda:
algún día, mi amor,
seremos su banquete.

Olalla Castro Hernández

públicos y secretos

GODZILLA EN MÉXICO

Atiende esto, hijo mío: las bombas caían
sobre la ciudad de México
pero nadie se daba cuenta.
El aire llevó el veneno a través
de las calles y las ventanas abiertas.
Tú acababas de comer y veías en la tele
los dibujos animados.
Yo leía en la habitación de al lado
cuando supe que íbamos a morir.
Pese al mareo y las náuseas me arrastré
hasta el comedor y te encontré en el suelo.
Nos abrazamos. Me preguntaste qué pasaba
y yo no dije que estábamos en el programa de la muerte
sino que íbamos a iniciar un viaje,
uno más, juntos, y que no tuvieras miedo.
Al marcharse, la muerte ni siquiera
nos cerró los ojos.
¿Qué somos?, me preguntaste una semana o un año después,
¿hormigas, abejas, cifras equivocadas
en la gran sopa podrida del azar?
Somos seres humanos, hijo mío, casi pájaros,
héroes públicos y secretos.

Roberto Bolaño

sangre semen sudor lágrimas

Quizás sea el día, el bochorno húmedo desde el amanecer, el agua que no rompe, Kafka persiguiéndome en un castillo del que ni él ni podemos salir. Quizás sea el cansancio, el sueño pegajoso, el dolor de las articulaciones, las derrotas que se presentan con traje nuevo recién planchado, como si fueran otras. Quizás ninguno de los tres, de los cuatro porque me incluyo, esté llorando, pero hoy quizás sea este poema el definitivo, el poema hasta ahora de todos los perros románticos, de todos los detectives salvajes suicidas en la noche de Roberto.
También hoy aquí atardece con una lentitud inaudita, desde ayer diría yo, desde hace unas semanas que no termina de atardecer.

LA VISITA AL CONVALECIENTE

Es 1976 y la Revolución ha sido derrotada
pero aún no lo sabemos.
Tenemos 22, 23 años.
Mario Santiago y yo caminamos por una calle en blanco y negro.
Al final de la calle, en una vecindad escapada de una película de los años cincuenta está la casa de los padres de Darío Galicia.
Es el año 1976 y a Darío Galicia le han trepanado el cerebro.
Está vivo, la Revolución ha sido derrotada, el día es bonito
pese a los nubarrones que avanzan lentamente desde el norte cruzando el valle.
Darío nos recibe recostado en un diván.
Pero antes hablamos con sus padres, dos personas ya mayores,
el señor y la señora Ardilla que contemplan cómo el bosque
se quema desde una rama verde suspendida en el sueño.
Y la madre nos mira y no nos ve o ve cosas de nosotros que nosotros no sabemos.
Es 1976 y aunque todas las puertas parecen abiertas,
de hecho, si prestáramos atención, podríamos oír cómo
una a una las puertas se cierran.
Las puertas: secciones de metal, planchas de acero reforzado, una a una se van cerrando en la película del infinito.
Pero nosotros tenemos 22 o 23 años y el infinito no nos asusta.
A Darío Galicia le han trepanado el cerebro, ¡dos veces!,
y uno de los aneurismas se le reventó en medio del Sueño.
Los amigos dicen que ha perdido la memoria.
Así, pues, Mario y yo nos abrimos paso entre películas mexicanas de los cuarenta
y llegamos hasta sus manos flacas que reposan sobre las rodillas en un gesto de plácida espera.
Es 1976 y es México y los amigos dicen que Darío lo ha olvidado todo, incluso su propia
homosexualidad.
Y el padre de Darío dice que no hay mal que por bien no venga.
Y afuera llueve a cántaros:
en el patio de la vecindad la lluvia barre las escaleras
y los pasillos
y se desliza por los rostros de Tin Tan, Resortes y Calambres
que velan en la semi transparencia el año de 1976.
Y Darío comienza a hablar. Está emocionado.
Está contento de que lo hayamos ido a visitar.
Su voz como la de un pájaro: aguda, otra voz,
como si le hubieran hecho algo en las cuerdas vocales.
Ya le crece el pelo pero aún pueden verse las cicatrices de la trepanación.
Estoy bien, dice.
A veces el sueño es tan monótono.
Rincones, regiones desconocidas, pero del mismo sueño.
Naturalmente no ha olvidado que es homosexual (nos reímos),
como tampoco ha olvidado respirar.
Estuve a punto de morir, dice después de pensarlo mucho.
Por un momento creemos que va a llorar.
Pero no es él el que llora.
Tampoco es Mario ni yo.
Sin embargo alguien llora mientras atardece con una lentitud inaudita.
Y Darío dice: el pire definitivo y habla de Vera que estuvo con él en el hospital y de
otros rostros que Mario y yo no conocemos y que ahora él tampoco reconoce.
El pire en blanco y negro de las películas de los cuarenta-cincuenta.
Pedro Infante y Tony Aguilar vestidos de policías
recorriendo en sus motos el atardecer infinito de México.
Y alguien llora pero no somos nosotros.
Si escucháramos con atención podríamos oír los portazos de la historia o del destino.
Pero nosotros sólo escuchamos los hipos de alguien que llora
en alguna parte.
Y Mario se pone a leer poemas.
Le lee poemas a Darío, la voz de Mario tan hermosa mientras afuera cae la lluvia,
y Darío susurra que le gustan los poetas franceses.
Poetas que sólo él y Mario y yo conocemos.
Muchachos de la entonces inimaginable ciudad de París con los ojos enrojecidos por el
suicidio.
¡Cuánto le gustan!
Como a mí me gustaban las calles de México en 1968.
Tenía entonces quince años y acababa de llegar.
Era un emigrante de quince años pero las calles de México lo primero que me dicen es
que allí todos somos emigrantes, emigrantes del Espíritu.
Ah, las hermosas, las nunca demasiado ponderadas, las terribles
calles de México colgando del abismo
mientras las demás ciudades del mundo
se hunden en lo uniforme y silencioso.
Y los muchachos, los valientes muchachos homosexuales estampados como santos
fosforescentes en todos estos años, desde 1968 hasta 1976.
Como en un túnel del tiempo, el hoyo que aparece donde menos te lo esperas,
el hoyo metafísico de los adolescentes maricas que se enfrentan
−¡más valientes que nadie!− a la poesía y a la adversidad.
Pero es el año 1976 y la cabeza de Darío Galicia tiene las marcas indelebles de una
trepanación.
Es el año previo de los adioses
que avanza como un enorme pájaro drogado
por los callejones sin salida de una vecindad
detenida en el tiempo.
Como un río de negra orina que circunvala la arteria principal de México,
río hablado y navegado por las ratas negras de Chapultepec,
río-palabra, el anillo líquido de las vecindades perdidas en el tiempo.
Y aunque la voz de Mario y la actual voz de Darío
aguda como la de un dibujo animado
llenen de calidez nuestro aire adverso,
yo sé que en las imágenes que nos contemplan con anticipada piedad,
en los iconos transparentes de la pasión mexicana,
se agazapan la gran advertencia y el gran perdón,
aquello innombrable, parte del sueño, que muchos años después
llamaremos con nombres varios que significan derrota.
La derrota de la poesía verdadera, la que nosotros escribimos con sangre.
Y semen y sudor, dice Darío.
Y lágrimas, dice Mario.
Aunque ninguno de los tres está llorando.

Roberto Bolaño

tratamos de hilar fino

Yo mandé una imagen y tuve como respuesta un poema de ese al que voy descubriendo por persona interpuesta: José Ángel Valente.
El dolor del amor es a veces tan insoportable que dan ganas de no amar. Pero, qué vida es vida sin amar.
Dan ganas.
Pero qué vida.

Le dio por escribir en su gallego natal cuatro años antes de irse. La traducción es de César Antonio Molina. No está en la red a día de hoy el poema.





la luz en Noruega

Se llama Helge Skodvin, es noruego  y aquí está su proyecto fotográfico. Absolutamente maravilloso.








y esa mirada

Se me quedaron los ojos de Edna Lieberman y los tres últimos versos flotando durante unos pocos días; durante esos pocos, la red neuronal hizo sus asociaciones y me llevó al sólo mátame con tu mirada lánguida.
Y nada.
Insoportable.



Entre caricias salvajes y zumbidos de motor
como un destello en la noche
cruzamos campos solitarios.
Y no, yo no estoy loco,
aunque tú me lo quieras hacer creer.
Te recogí en la autopista
y a partir de ahí
fue como un extraño sueño.
entre el viento y entre dudas.
La velocidad, la noche en el exterior.
No te conozco y de pronto
tus dedos como latidos;
y esa mirada, di por qué.
Si el mundo está vacío.
Mujer no me mires así.
Te recogí al anochecer.
¿Quién eres tú?
¿Quién eres tú?
Todo es tan raro.

Somos un coche suicida
sin una sola luz.
Autopista sin salida
¿Qué es lo que hago aquí yo?
Carreteras de misterio
¿Cuando amanecerá?
No recuerdo de dónde vengo
ni se dónde debemos estar.
Y no, yo no estoy loco
aunque tú me lo quieras hacer creer.
Sólo mátame con tu mirada lánguida,
que no recuerde nada más
que esas manos tan frías.
Nunca más amanecerá.
Tu y yo en medio del vendaval.
Tu cuerpo, el mío y nada más.
Tus besos me adormecerán.
¿Quién eres tú?
¿Quién eres tú?
Escalofríos de placer y esa mirada.
Di mujer: si el mundo está vacío
¿Quién eres tú?
¿Quién eres tú?